El jueves 30 de agosto de 1990, como parte del encuentro “El Siglo XX: La experiencia de la libertad”, tuvo lugar una mesa de debate que se centró en la transición del comunismo a la sociedad abierta. Participaron el historiador Bronnislaw Geremek, los periodistas Vitaly Korotich, Adam Michnik y Jaime Sánchez Susarrey, el historiador Hugh Thomas y el escritor Mario Vargas Llosa, la moderó Enrique Krauze y hubo intervenciones de Cornelius Castoriadis, Jorge Edwards, Agnes Heller y Octavio Paz.

Gemerek fue el primero en tomar la palabra, habló del fin del comunismo como modelo político en Europa del este y atribuyó su fracaso a que su fundamento era falaz pues postulaba una dictadura del proletariado, “que en realidad era la dictadura de la burocracia del partido”. Korotich destacó que el miedo es la piedra angular de una sociedad totalitaria, en tanto que la democracia está construida sobre la base de la continua búsqueda de la verdad. Michnik sugirió que el problema más acuciante para los países poscomunistas era el de optar por una vía de transición a un nuevo sistema de gobierno o por una vía de depuración del pasado y concluyó que, en ambos casos, el dilema “consiste en saber cómo organizar la vida real en una sociedad que prácticamente estaba muerta bajo la dictadura”. Thomas destacó la relevancia de los escritores y editores en la lucha contra el autoritarismo, sea cual sea su bandera, y Sánchez Susarrey valoró que la viabilidad de las sociedades abiertas dependía de que “los sistemas económicos sean capaces de generar expectativas de bienestar social para la población”.

Vargas Llosa amplió la discusión al continente americano y advirtió que, si bien sólo Cuba padecía un régimen totalitario de origen comunista, muchos otros países habían vivido bajo el yugo de dictaduras militares. Luego sentenció: “El intelectual centroeuropeo y soviético no sufre ningún complejo al enfrentarse al comunismo en nombre de la democracia, de la cultura de la libertad y, en muchos casos, en nombre del capitalismo, del mercado, de la empresa privada. Ésa es la diferencia fundamental con lo que ocurre en América Latina. (…) El intelectual latinoamericano ha atacado al autoritarismo, no en nombre de la cultura de la libertad ni en nombre de la democracia, sino en nombre del socialismo, de la revolución, de los distintos matices de lo que podríamos llamar el modelo colectivista, el modelo estatista”.

Paz le replicó a Vargas Llosa: “En México no hemos tenido dictaduras militares desde hace más de medio siglo. Hemos tenido, sí, la hegemonía de un partido. Este partido fue la creación, en 1930, del Estado surgido de la revolución de 1910. Fue creado para evitar los dos grandes males de todas las revoluciones triunfantes, desde la francesa hasta la rusa: por un lado, evitó la lucha entre las facciones revolucionarias, la guerra civil y, por otro, evitó el desenlace natural de este tipo de luchas, el cesarismo revolucionario. Este partido no ha suprimido la libertad en México, pero sí la ha manipulado y controlado. A través del control de la dirección de las uniones obreras y campesinas, este partido se ha mantenido en el poder por medio de una astuta e inteligente política de concesiones mutuas”.

Al calor del intercambio de ideas, Vargas Llosa respondió con un argumento que hoy sigue siendo empleado y tergiversado por la crítica visceral y sistemática: “El caso de México, cuya democratización actual soy el primero en celebrar y aplaudir como todos lo que creemos en la democracia, encaja dentro de esa tradición dictatorial, aunque con un matiz que es más bien un agravante. Recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano con esta fórmula: México es la dictadura perfecta”. Después enumeró las razones que justificaban su tesis: la inamovilidad del partido en el poder, que se sirve de la crítica para fingirse democrático, que ha creado una retórica que lo justifica, que ha reclutado intelectuales a cambio de cargos públicos y que se encarga de financiar a sus partidos opositores.

Paz contestó, “por amor a la precisión intelectual”, que en México existe un sistema hegemónico de dominación que, a diferencia de la dictadura, es susceptible a la influencia del pluralismo. Castoriadis dio por clausurada la discusión con una sentencia lapidaria: “Quisiera decirle amistosamente a mi muy estimado Mario Vargas Llosa que ha olvidado un poco a sus clásicos, ya que, como decía Lenin: ‘La dictadura es un poder que no está limitado por ninguna ley’. No creo que éste haya sido el caso de México”.

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