“He acudido a la filosofía para entender mejor el derecho, y he querido ser jurista para convertir en asunto de meditación filosófica una realidad que hunde sus raíces en las necesidades y afanes de la vida práctica”. Como se puede leer en este fragmento, proveniente de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, el doctor Eduardo García Máynez fue un destacado jurista, filósofo del Derecho, así como investigador emérito de la UNAM, galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 1976 y la Medalla Belisario Domínguez en 1987.
En la primera plana de Excélsior del 13 de agosto de 1972, en pleno auge del echeverrismo, apareció el artículo “Los mexicanos están perdiendo la fe en el derecho por la corrupción”, una entrevista de la redacción del rotativo al doctor García Máynez que, además de por su contenido, destaca por lo inédito en nuestra inmediatez que un medio de circulación nacional dé cause a las reflexiones de un intelectual.
A continuación, reproduzco algunas líneas de dicha entrevista que, considero, permanecen vigentes y dan pie a una serie de reflexiones que resultan pertinentes dada nuestra situación actual, caracterizada por la crisis del Estado y la pérdida general de confianza en las instituciones:
Los mexicanos están perdiendo la fe en el Derecho por la falta de energía moral y la corrupción de los llamados a aplicarlo. Si todos los magistrados fueran honrados habría una situación distinta (…) mientras el pueblo no esté convencido de la independencia y la honradez de los funcionarios judiciales no tendrá fe en lo que las normas jurídicas prescriben y en la conducta de los encargados de aplicarlas.
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Las normas jurídicas están destinadas a regir la conducta de los hombres y, dado que la conducta tiene que desplegarse siempre en determinadas circunstancias, esas normas sólo constituyen una buena regulación del comportamiento cuando tienden a la naturaleza de las cosas. (…) Precisamente por eso el Derecho tiene que tratar constantemente de adecuarse a las nuevas circunstancias, que el legislador ha de regular y tomar en cuenta: los grandes cambios que se producen en el mundo como resultado de los avances de la técnica y el surgimiento de nuevas ideas y creencias. (Sin embargo), debido a (la) tendencia (conservadora del Derecho), la regulación muchas veces no corresponde en la medida que sería de desear a las exigencias que plantean los cambios de la realidad social.
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El Derecho siempre se queda atrás de las exigencias sociales, porque por su misma esencia (,) las normas jurídicas se refieren siempre al futuro lo cual tiene la necesaria consecuencia de que mientras la vigencia de las normas se prolonga, la realidad social sigue cambiando, lo que a (fortiori) produce inadaptaciones entre lo que las normas estatuyen y los cambios que la realidad exige.
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Quizás el problema más apasionante para el filósofo del Derecho sea el de las relaciones entre estos tres conceptos: el de la justicia, el de la validez formal y el de la eficacia de las normas. La cuestión es apasionante porque el sentido de toda norma y, por tanto, el de las jurídicas, consiste en estatuir lo que debe ser. Ahora bien, lo que debe ser puede no ser actualmente, no haber sido antes y no llegar a ser nunca, pese a lo cual lo que debe ser conserva su validez como exigencia dirigida a la conducta humana.
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El conocimiento de los valores es limitado siempre, aun cuando la dificultad no deriva sólo de la limitación de los conocimientos axiológicos sino muchas veces sobre todo de la falta de energía moral para realizar los ideales que pueden dar sentido a la actividad humana.