Después de acometer la biografía del poder, Enrique Krauze presenta una semblanza distinta, nacida de la iniciativa del escritor español José María Lassalle. En “Spinoza en el Parque México”, el expolítico español convence al historiador de biografiar sobre sí mismo a través del diálogo, de atreverse a elucidar sobre el origen y desarrollo de los temas que lo moldearon para convertirse en un referente de su generación.

“La conversación es cultura”, señala Gabriel Zaid , máxima que ha regido la vida de Krauze y que se convierte en el eje rector de su obra. Cuatro partes dividen una serie de conversaciones con Lassalle: sus raíces, juventud, ideas literarias sin concretar y su franco navegar por temas cercanos al pensamiento judío. En estas páginas, el lector termina sentado frente a una entrevista, ensimismado por recrear las voces y encontrar, como en toda buena charla, una plétora de personajes, lugares, historias e instantes que definieron una vida. Tres momentos me parecen fundamentales. El primero se refiere a la revelación de Krauze como persona de carne y hueso —hijo de migrantes, propenso a las erratas, empresario incauto—, en lugar de una mera entrada monográfica; al desvele de su prosapia y de sus primeras interacciones con la filosofía. Heredero de la ideología hebreo-polaca, su abuelo encontró en Baruch Spinoza un símbolo de la nueva libertad: laica, humanista y secular; principios que fueron escuchados de viva voz durante los paseos del joven por el entonces familiar Parque México. El seno hogareño le introdujo, al mismo tiempo, las primeras nociones del socialismo, casi como un dogma religioso del cual lentamente se emancipará hacia un liberalismo intelectual.

El segundo momento, el paso hacia la Universidad. Aquella UNAM se evoca hoy como un recuerdo paradisiaco, encuentro de voces, disidencias y generaciones, puente entre humanidades y ciencias, semillero de movimientos políticos y escritores internacionales. Krauze rememora con claridad a sus camaradas —todos hoy notables maestros—, a las lecturas que cada uno de ellos vertieron entre cafés y cursos: “ahí se traza poco a poco la historia intelectual de México, entre sus calles y los recuerdos que ya entonces se perdían, de otros tiempos y otros autores, de una joven promoción buscando, al igual que hoy otras, de dónde asirse ante el maremoto de cambios que el futuro comenzaba a propinar”. El ejercicio literario, vertido desde siempre durante la conversación, permite unir pasados y presentes, ya sea un movimiento estudiantil, una polémica entre suplementos culturales y revistas o el acoso mediático desde el autoritarismo presidencial.

El tercer momento se me presenta como el más afín. La razón se origina cuando Krauze formaliza académicamente su paso de la carrera de ingeniería al doctorado en historia: teje un proyecto de tesis alrededor de la Generación de los Siete Sabios o de 1915, cúmulo de individuos eclécticos y de temple fundacional. El ejercicio narrativo para indicar cómo se gestó y materializó la tentativa me parece en suma valioso, pues es precisamente en los resquicios entre pláticas que el resto de nosotros hemos, a su vez, aportado a la conversación pública con nuevos trabajos —como mi libro “El Séptimo Sabio” (2014)— o, incluso, con simples promesas —como el esperado volumen sobre Vasconcelos del propio Krauze—. La premisa de examinar y comprender los pensamientos ajenos es el fin último de la sociedad democrática. Al final, el libro de Krauze termina siendo una experiencia bartheana, el placer deriva de participar en el diálogo y de hacer memoria en “cómo una lectura puede llevarte a otras y a otras más, y conducirte a un nuevo estado de conciencia”.

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