En mayo de 1889, Ireneo Paz concretó uno de sus mayores anhelos, el de asistir a la Exposición Universal de París. El viaje había sido posible gracias a la asociación nacional de periodistas —prácticamente fundada por él—, así como por los diferentes gobernadores de la República que habían aceptado patrocinar su travesía a modo de representante oficial y cronista.

Paz y su familia llegaron a una ciudad que los maravilló. Varias obras de ingeniería transformaban la geografía como nunca se había visto: la primera era la Torre Eiffel, diseñada por la firma de ingenieros de Gustave Eiffel —que recién había terminado de crear el esqueleto de la famosa Estatua de la Libertad neoyorquina—, para tener más de 300 metros de altura, algo parecido a un edificio con más de 80 pisos, un fenómeno inconcebible para su tiempo. La segunda edificación era el Palacio de las Máquinas, una enorme galería hecha de acero y vidrio que, para ese momento, era el inmueble abovedado más grande del mundo; allí, los visitantes eran transportados en una grúa para llegar a diferentes partes, de nuevo, una experiencia onírica. Estas edificaciones, de entre otros palacios y galerías diseñados para el evento, representaron cimas del trabajo arquitectónico e industrial que la civilización contemporánea no ha podido, siquiera, repetir.

Muchos de los inventos que Ireneo había vislumbrado como prototipos en la Exposición de 1878 habían regresado, pero, ahora, como inventos consolidados listos para su consumo en masa; en particular el teléfono de Graham Bell, que decía permitir la transmisión en un día de más de un millón de despachos. Lo mismo sucedió con los aparatos de Edison, que ocupaban la mitad de la sección americana y cubrían una superficie de 80 metros cuadrados. De este último, el jalisciense reportó: “Edison fue recibido en el [hotel] Havre por muchos de sus amigos, dependientes y admiradores, todas las concesiones, distinciones y obsequios que ha tenido en los tres días que hace está en París, se debe más a los particulares. Ayer, por ejemplo, se le dio un banquete en la torre Eiffel y el [periódico] Fígaro va a darle uno que llama íntimo. Allí concurrirán unos cien sabios escogidos de Francia”. Más allá de estos portentos, la sección en la que el editor ratificó su pasión fue en la sala de imprenta, allí varias máquinas demostraban cómo podían colocar los caracteres en el componedor e, incluso, algunas contaban con un fonógrafo que dictaba una copia al operario.

México, por su lado, había logrado enviar más de 3 mil objetos de carácter oficial, sin contar aquellos pertenecientes a otros colectivos. El Distrito Federal y los estados de Oaxaca, Jalisco, Puebla, Durango, Nuevo León, Coahuila, Guerrero, Tamaulipas, Hidalgo y Yucatán enviaron sus mejores productos en cuestión agrícola, textil y artesanal. En su crónica, Ireneo remató el evento de esta forma: “En vista pues de nuestro edificio majestuoso que ha atraído con verdadero interés las miradas de millones de visitantes, en vista de la gran variedad de nuestros objetos expuestos con que están cubiertos ventajosamente los nueve grupos de que se compone esta gigantesca exposición, en vista del número de nuestra recompensas que aventaja a todos los países de América Latina en una superioridad numérica extraordinaria, no puedo menos que terminar esta carta con el grito natural de ¡Viva México!, que debe salir de los labios de todo mexicano que ama a su patria”.

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