Las llamadas Exposiciones Universales nacieron como muestras de carácter internacional, colosales en su organización y que buscaron celebrar tanto los avances tecnológicos como la diversidad cultural del orbe durante el siglo XIX . Estas tenían una duración de entre tres y seis meses, contaban con diferentes países invitados y fueron uno de los intereses más grandes del periodista —y abuelo del premio nobel mexicano— Ireneo Paz.

El jalisciense conoció estos eventos cuando asistió a la Exposición en Filadelfia durante 1876. Dicha exhibición tuvo por objeto conmemorar el centenario de la Declaración de Independencia , al mismo tiempo que mostrar el progreso estadounidense; allí, Paz descubrió algunos inventos que se convertirían en artículos gastronómicos de uso común, tales como la salsa catsup, las palomitas de maíz o la cerveza de raíz. En el ramo tecnológico vislumbró uno de los primeros monorrieles, impulsado por el motor de vapor ; el telégrafo automatizado de Edison; y, el más revolucionario de todos, el teléfono, novedad de Graham Bell. El acontecimiento fue una oportunidad para que México hiciera frente a los rumores acerca del caos imperante en su territorio —el triunfo del Plan de Tuxtepec estaba cercano—. La respuesta oficial fue una muestra cultural en la que destacaron artistas como José María Velasco, José Obregón y Santiago Rebull Gordillo .

Ante tal panorama, Ireneo quedó obsesionado con la idea de que México pudiera ser anfitrión de un programa de tal magnitud, sobre todo ahora que el país, por primera vez en su joven vida, experimentaba la calma social. La propuesta más importante se fraguó cuando una serie de reuniones entre políticos y empresarios estuvo a punto de crear una asamblea encargada de coordinar tal quimera. Para aquel entonces, 1886, el ímpetu no sólo existía en los esfuerzos periodísticos de Ireneo, sino en personajes de importancia política, como Ramón Corona —otrora héroe antimonárquico, ahora gobernador de Jalisco—, que incluso apoyó la idea de formar un gran comité que pudiera celebrar una magna exposición para recordar los 400 años del descubrimiento de América, iniciativa que el ministro Manuel Romero Rubio e incluso Porfirio Díaz adoptaron con entusiasmo. Al final, sin embargo, los esfuerzos se quedaron cortos y la falta de presupuesto nubló el proyecto.

Tiempo después, en 1889, Paz asistió a la que se anunciaba como la "Exposición Universal" más grandiosa hasta el momento. El suceso estuvo planeado para ocurrir de mayo a octubre, por lo que a inicios de junio se embarcó junto a su esposa e hijas —así como con el colega Manuel Puga y Acal — hacia París. La empresa, por supuesto, no era inocente. Ireneo llevaba bajo el brazo un concepto editorial patrocinado por el porfirismo: "Los hombres prominentes de México", que no era sino un catálogo de biografías de personajes de supuesto interés político, económico y artístico. El criterio para seleccionarlos fue su gusto personal, es decir, aquellos que fueran de importancia para la autoridad o para sus propios negocios. El libro era en extremo ambicioso: más de 200 fichas, un volumen de casi 700 páginas acomodadas en tres columnas, la primera en español, la segunda en francés y la última en inglés.

Así, con el plan de promover al gobierno de Díaz, la familia Paz arribó a la capital francesa en julio, una ciudad resplandeciente en la que se encontrarían en uno de los eventos más impresionantes de la historia, que atraería a más de treinta millones de visitantes e inauguraría la extraordinaria Torre Eiffel.

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