El exmandatario Manuel Lisandro Barillas, de 62 años y conocido por su cercanía con Porfirio Díaz , fue apuñalado en la madrugada de 7 de abril de 1907. El suceso se convertirá en uno de los crímenes más comentados de la época.
Las primeras averiguaciones se dieron a conocer a la mañana siguiente: un hombre con saco negro lo acribilló en tres ocasiones mientras se dirigía a su domicilio en la primera calle del Relox —hoy República de Argentina —, en donde vivía con su esposa e hijo. Los gendarmes pudieron localizar al sospechoso casi de inmediato y recuperar el arma homicida. La molestia de Díaz, así como la presión internacional hicieron que las autoridades se movilizaran como pocas veces lo habían hecho.
El inicio de los interrogatorios fue complicado, ya que, según las declaraciones iniciales del detenido, el motivo del crimen se originaba en que Barillas, durante su mandato, había despojado a sus ancianos padres de su hogar. Pronto se descubrió que el acusado ocultaba su identidad y que sus dichos eran falsos.
Su verdadero nombre era Bernardo Mora, de estatura baja, delgado, pelo crespo, trigueño, vivía en la vecindad ubicada en la calle de San Lorenzo, número 16 y 17, apartamento 19. Allí, la vigilancia descubrió que Mora tenía un cómplice, su primo Florencio Morales. Ambos vivían en la miseria absoluta y, de forma sospechosa, estaban desempleados; al ser interrogados respecto a su falta de ocupación, contestaron: “tenemos lo suficiente para vivir”. Al preguntarles sobre su forma de pasar el tiempo, contestaron que sólo jugaban “ladrillete”, su versión regional de nuestro “águila o sol”.
Las investigaciones arrojaron que, a mediados de enero, los asesinos viajaron del Puerto de San José hacia costas mexicanas y que se hospedaron en modestos hostales hasta que se instalaron en el lugar en el que fueron detenidos. Los testigos también afirmaron que no tenían conversación con ninguna persona, sólo eran conocidos como “los vecinos del 19”. Con el pasar de los días, la opinión pública concluyó que los magnicidas eran peones del presidente Manuel Estrada Cabrera, enviados expresamente a México para acabar con Barillas.
Gracias a las técnicas de interrogación efectuadas en la comisaría, los reos terminaron confesando que siguieron órdenes de un general. Para el 13 de abril, la prensa ya tenía todos los detalles del caso e, incluso, se sabía que un oficial de la policía secreta chapina había vivido en la misma vecindad. Al iniciar mayo, los titulares de los periódicos fueron utilizados para presentar el tema desde diferentes ángulos: cómo se veía la situación desde Washington; la embajada guatemalteca como nido de conspiradores; las represalias del dictador mexicano que incluían un plan para atentar contra Estrada Cabrera; entre otros.
Para el historiador Rafael Arévalo , el enojo de Díaz por el homicidio de su amigo lo llevó a considerar declararle la guerra a Guatemala; sin embargo, Ignacio Mariscal, el ministro de
Relaciones Exteriores, le manifestó: “—Fácilmente la vencemos [a Guatemala] —arguyó—; pero de allí regresará un general victorioso y con él —ya lo sabe usted como buen mexicano— un aspirante a la presidencia”. Así, el conflicto nunca estalló y las tensiones se disiparon con el paso del tiempo. Por otro lado, en junio, el juicio contra Bernardo Mora y Florencio Morales estaba a punto de comenzar. Las esperanzas de los guatemaltecos eran nulas, el diario “La Patria” señaló las expectativas de sus lectores: “El jurado del pueblo, que es la representación directa de la opinión y la salvaguarda de la justicia, se encargará de condenarles”.
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