En la boleta que se usó en la elección presidencial de 1976 sólo apareció el nombre de José López Portillo y Pacheco, el cual fue postulado por tres de los cuatro partidos políticos con registro: el PRI y sus satélites, el Popular Socialista y el Auténtico de la Revolución Mexicana, para formar lo que eufemísticamente llamaron “Alianza por la Democracia”. El único instituto opositor, Acción Nacional, dado sus conflictos internos, no registró contendiente. Luego, el abogado proveniente de un linaje de intelectuales y políticos que se remontaba al siglo XIX se convirtió, tras su destape el 25 de septiembre del año anterior, en seguro sucesor de Luis Echeverría.

A pesar de la falta de rivales —y la crisis económica que generó el echeverrismo—, López Portillo hizo una regia gira política. Como recordaría en sus memorias, su campaña “empezó a fijar sus características propias, dentro de las líneas que podríamos llamar tradicionales del partido. Tenía que aprovechar al máximo su capacidad de convocatoria, que es increíblemente eficaz. Nadie como el PRI es capaz de concentrar y manejar masas. Tiene mucho oficio y mucha experiencia, tanto que los débiles partidos de oposición convierten su rabia en injurias y llaman a quienes acuden a las reuniones priistas ‘acarreados’. Yo enfrenté el peyorativo y repliqué: ‘no son acarreados, son transportados por los propios hombres y las propias fuerzas del partido’”.

Al presentarse a votar el 4 de julio, el candidato, infatuado, declaró que “he hecho el más profundo, más grande, más honesto, más limpio de mis esfuerzos para convencer; ahora todo parece indicar que, del pueblo de México, de su ciudadanía, recibiremos la responsabilidad”.

Esa noche, el líder del partido oficial, Porfirio Muñoz Ledo, quien había destacado que “únicamente un pueblo libre puede elegir a los mejores hombres para dirigir sus destinos”, proclamó la inobjetable victoria de López Portillo y festinó que “las elecciones se habían efectuado con toda normalidad salvo ligeros incidentes en algunos colegios y la desaparición de una urna en una entidad”. El titular de la Comisión Federal Electoral, el secretario de Gobernación Mario Moya Palencia, acompañado del secretario auxiliar Manuel Bartlett, tras garantizar “la honesta emisión del voto”, manifestó que “el gobierno que surgirá de estos comicios tendrá una amplia y sólida base popular, y será genuino representante de los intereses y las esperanzas de la nación”.

Toda la clase gobernante resaltó las cualidades del ungido. Dos exmandatarios encabezaron los elogios. Gustavo Díaz Ordaz destacó su talento, su experiencia, sus conocimientos y su patriotismo: “Tenemos al hombre, vamos con él a mejorar las condiciones de nuestro país”, auguró. Miguel Alemán lo consideró “un hombre completo que conjuga la capacidad con la inteligencia, signo inequívoco de una visión integral para dirigir nuestros destinos”.

Al ser entrevistado, el presidente Echeverría señaló que “la oposición da muestras de desaliento”, recalcó que el hecho de que sólo hubiera un candidato registrado “se debe, a que mi partido, el PRI, y yo como presidente de la República, le hemos quitado banderas a muchos partidos políticos”, y expresó “su certeza de que el curso democrático del país no sufriría alteraciones” por la falta de competidores.

Al conocerse los resultados finales, el oficialismo festejó la victoria con un porcentaje de votos que no ha vuelto a alcanzarse, aunque algunos exaltados afirmaron que, si se hubieran instalado más casillas, quizá la unanimidad hubiera estado cerca. Así, el 93.50% de los ciudadanos refrendó su confianza en la Revolución mexicana.

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