La concesión del voto a la mujer en el estado de Chiapas por el gobernador César Córdova en 1925, fue el botafuego de opiniones encontradas y la prensa nacional abría espacios para la ironía y la franca reprobación. Al respecto, muchos cuestionaban sobre la preparación que pudieran tener las chiapanecas para poder ejercer la democracia. Algunos diarios se acercaron a afamados juristas para que atizar sobre el polémico decreto. Entre las coléricas voces estaba la de José María Lozano, “reputado jurisconsulto y notable orador”: “Me parece impropio y extemporáneo que de una manera tan lírica y romántica se nivele a la mujer con el hombre. Por lo que debamos trabajar diariamente, es porque el ciudadano mexicano sea una realidad, que actúe en el ejercicio de sus derechos, y que éstos sean reconocidos y respetados por las autoridades; pero mientras el ciudadano mexicano sea una simple abstracción y no la realidad social, a la mujer se le nivela en la impostura, en el fraude y en la superchería; no en la dignidad que el hombre no ha alcanzado todavía”.
Ernesto Nieto, representante de la Barra de Abogados, dio su anquilosada perspectiva: “Esta nueva ley, que entre nosotros no obedece a ninguna necesidad, que no podrá encajar en el modo de ser de la mujer mexicana que para honor de nuestro país siempre ha comprendido que su verdadera misión es estar en el hogar, tendrá el más sonado de los fracasos, como la han tenido ya todas estas obras que la insensatez revolucionaria ha producido”. Pese a su opinión reaccionaria, Nieto apelaba a la necesidad de educar primero para obtener mejores resultados, y comparó el derecho al sufragio con la repartición agrícola: “Se han dado tierras y se han repartido folletos, pero no se ha dado la enseñanza para producir mejor […]. Y el fracaso es completo, por más que los políticos traten de ocultarlo”.
En un editorial sin firma, con tono subido, se leyó: “¿Qué beneficios obtiene la mujer chiapaneca con el decreto? Ningunos, porque ni siquiera se dará cuenta de le existencia de la nueva ley. En cambio, esa mujer, dotada de derechos políticos, será juguete de los agitadores electorales, quienes la aprovecharán en sus maniobras […]. Las pocas que tomen a lo serio el decreto del señor Córdova, resultarán gravemente perjudicadas, porque abandonarán las labores que como hembras les corresponden para convertirse en malas ‘oradoras’ de plazuela, en pésimas escritoras de pasquines, en mari-machos sin sexo, como las que a veces se exhiben en esta metrópoli en el más lamentable de los ridículos”.
Un gran grupo de chiapanecas agradecieron la “galantería” de Córdova, pero señalaron que el ambiente no era el óptimo para su incursión en el escenario político, no por ellas, como lo habían puntualizado otros, sino justamente por la amenaza a lo masculino y la forma en que los hombres pudieran reaccionar: “Muy lejos estamos de negar a nuestras compatriotas idoneidad para las funciones públicas, antes bien, abrigamos la creencia de que […] desempeñarían su papel mejor que muchos hombres de los que, actualmente, ocupan puestos delicados de elección popular y apenas saben leer, no teniendo más méritos que saber explotar la ignorancia del pueblo”.
Con todos los dimes y diretes, el intento de conceder el sufragio a la mujer en el estado sureño está a cuatro años de cumplir su centuria, contradiciendo varios de los augurios. El hoy olvidado gobernador César Córdova al menos dejó algo para la posteridad, como bien se dijo en la prensa de Comitán: “Hay gobernantes que pasan, sin siquiera dejarnos la ilusión de una idea de bondad”.