La vida de Caridad Mercader (1892-1975) resulta fascinante. Nacida en el seno de una próspera familia burguesa, terminó convirtiéndose en una espía del gobierno soviético y en coautora intelectual del asesinato de León Trotski. Quien intente escribir la semblanza de un personaje tan enigmático se enfrentará a múltiples dificultades, debido a las complejas tramas políticas e ideológicas en las que se vio envuelta a lo largo del siglo XX.

Desde su nacimiento, un halo de incertidumbre se extiende sobre ella. En unas pequeñas notas que escribió para la Tercera Internacional, aseguró que nació el 26 de marzo de 1896 en la localidad española de San Miguel de las Aras y que fue bautizada con el nombre de Eustaquia María Caridad del Río. Sin embargo, su acta de nacimiento refiere que vino al mundo el 28 de marzo de 1892 en Santiago de Cuba —aún colonia española—. Esta discrepancia constituye un ejemplo de las contradicciones que articulan la dinámica de su relato histórico.

De su infancia y su juventud consta que recibió una educación religiosa, que fue aficionada a la equitación y que contrajo matrimonio con Pablo Mercader, un rico comerciante catalán. De esa unión nacieron Georges, el tristemente célebre Ramón —asesino de Trotski—, Montserrat, Pablo y Luis.

Durante sus primeros años de casada adoptó el apellido de su esposo, pero gradualmente se alejó de la vida conyugal para colaborar activamente con el movimiento comunista. Esta transición culminó en una férrea militancia a favor de la República española y en su adscripción a las redes de espionaje creadas por la inteligencia soviética, en las que sirvió por más de tres décadas, siempre advertida de la necesidad de ocultar detalles de su identidad y de sus objetivos.

El problema central del fanatismo político radica en que el militante renuncia voluntariamente a la distinción entre lo público y lo privado, por lo que su individualidad se disuelve y él mismo se convierte en propiedad del Estado. Las diferentes facetas de Caridad Mercader como mujer, madre y espía se fundieron en un símbolo de la fe comunista, en un ejemplo de lealtad al camarada Stalin, quien se concebía a sí mismo como la vanguardia del proletariado. Es precisamente esta síntesis la que impide conocer a detalle sus actividades durante y después del estalinismo.

En su libro “El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin” (2016), Gregorio Luri la describe de carácter fuerte y proclive al dramatismo, y que no logró adaptarse a la sociedad rusa de la década de los cuarenta, a pesar de haber sido condecorada con la Orden de Lenin: “Era una mujer refinada, culta, cosmopolita, que había viajado mucho, y a la que le costaba recluirse en un ambiente tan poco sugestivo como el de la capital rusa. Sospecho que cuando llegó a París ya habría asimilado una de las grandes lecciones de su vida: que era mucho más estimulante destruir el capitalismo que construir el socialismo”.

En 1953, ya afincada en Francia, celebró con entusiasmo el estallido de la revolución cubana. Guillermo Cabrera Infante refiere, en “Vidas para leerlas” (1998), que Caridad trabajó como recepcionista de la embajada de Cuba en París, y que la conocían por ser “más estalinista que Stalin”. Alguna conjetura añade sobre sus sospechas de que la presencia de “esta mujer” era un indicio de la infiltración de los soviéticos en las instituciones cubanas.

Caridad Mercader murió en París el 28 de octubre de 1975, envuelta en el anonimato y con su credo intacto, sin imaginar la suerte que correría la cortina de hierro.

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