Si bien el vuelo de Francisco I. Madero había sido celebrado por la prensa afín, como “Nueva Era”, muchos otros medios lo consideraron, si no una noticia irrelevante—como lo hizo Ireneo Paz, quien no le dedicó ninguna mención en “La Patria”— sí una más de sus locuras. Dado que el mismo coahuilense no dejó nada escrito al respecto, sus motivos para aventurarse y subir al monoplano fueron tema de debate, como apunta Rafael Hernández Ángeles:
“¿Con que intención Madero voló? Es probable que por simple curiosidad. A diferencia de Porfirio Díaz, quien en febrero de 1910 también fue testigo de la Primera Semana de la Aviación, quien prefirió ver ‘los toros desde la barrera’, como se dice de manera popular; Madero decidió experimentar la sensación de volar. Hay quienes interpretan esta audacia como un acto de propaganda política en donde buscó demostrar su valentía. Si ese fuera el caso, la estrategia resultó contraproducente, ya que de ‘payaso y ridículo’ no lo bajó la prensa antimaderista”.
Una crónica de “El Mañana” encapsula el desdén con el que se observó el hecho: “Dyott envolvió al augusto funcionario en una sábana de gutapercha, le cubrió el rostro con una mascarilla de automovilista en los altos Alpes, dejándole al descubierto el candado para que en el espacio pudieran reconocerlo las águilas; le cubrió las manos suaves acostumbradas a las tersuras de las mesillas magnetizadas, con unos guantes de alambrado de parque, y tomándolo de la frágil cintura lo sentó en el monoplano Duperdusin. ¿Qué ya os dije que la ansiedad del publico era infinita? El aeródromo de Balbuena era casi un panteón de la ciudad de Yautepec a pesar de la plétora de tocados y de la congestión de humanidades elegantes y de incredulidad democrática. Era un silencio de Alaska, donde podía oírse a grande distancia el crujir de un cheque de 700.000 pesos”.
Los días siguientes, los versos bufos y los artículos paródicos se publicaron por montón. Destacan una serie de caricaturas en “Multicolor”, autoría de Ernesto “El Chango” García Cabral, entre ellas un retrato de Eduardo Braniff, Rodolfo Gaona y Madero utilizando alas de avión como si fueran de mariposa. Otra reemplazó al Ángel de la Independencia por el mandatario, llamándolo el “ángel de la revolución”. También se le dibujó coqueteando lascivamente con las pilotos de la exhibición aérea. Es notorio que la imagen que se reproducía estaba muy definida: Madero era un enano de cejas prominentes, siempre realizando alguna sandez.
Independiente de la comidilla que hicieron los enemigos políticos, era claro que al jefe del ejecutivo le atrajeron las posibilidades de la aviación en el plano militar. Poco tiempo después de su participación en el espectáculo aéreo, se envió por parte de la Secretaría de Guerra a un grupo de jóvenes soldados a estudiar aeronáutica y certificarse como pilotos en la Escuela de Garden City, Nueva York. Entre estos primeros estudiantes destacaron los hermanos Aldasoro Suárez, quienes ya tenían una reputación establecida por sus hazañas y que ahora pasarían a la historia como fundadores y primeros instructores de la Fuerza Aérea Mexicana
Aunado a este impulso, se empezó a invertir en aeronaves. Tras la revuelta iniciada por Pascual Orozco, dos aviones Moisant-Bleirot serían empleados en su contra. Incluso, durante los hechos de la Decena Trágica, el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, planteó la posibilidad de utilizar estos aviones para bombardear la Ciudadela. Madero se negó.