Después de varias postergaciones, el jueves 30 de noviembre de 1911, Francisco I. Madero acudió al “polígono” de Balbuena a presenciar el espectáculo de la “Moissant International Aviators”. Lo acompañaban, además de su esposa y de su hermana Ángela, el vicepresidente, José María Pino Suárez y los integrantes de su Estado Mayor.
Madero visitó los hangares, examinó las distintas máquinas voladoras y juzgó “que el monoplano caracterizaba el último progreso de la aviación, por apegarse a las leyes que mantienen el equilibrio”. Saludó efusivamente a las aeronautas Hariett Quimby y Matilde Moissant. En ese momento, el coahuilense manifestó su interés en subir al modelo Duperdusin, considerado el mejor de todos los aparatos existentes. Las versiones de lo que ocurrió después son contradictorias, mientras que la prensa oficial sostuvo que fue el propio Madero quien expresó su deseo de volar, las otras comentan que fue George Dyott quien se lo sugirió. La crónica de “Nueva Era” lo retrata de la siguiente forma:
“Fue cosa de minutos; el Sr. Madero tomó una blusa blanca de Hamilton y una gorrilla de Dyott y dijo estar listo. Se colocó en el asiento delantero del monoplano y tras de él instálese Dyott, que sería el privilegiado piloto, garantizador de una vida estimada para el país […]. El público no sabía nada ni se esperaba nada; el monoplano apoyado sobre su juego de ruedas engomadas recorrió un espacio considerable de la pista para impulsarse y tender el vuelo majestuosamente a guisa de una perdiz […]. Algunas personas enteradas del acontecimiento, de la singularidad que prestaba a éste importancia y significación extraordinaria, comenzaron a lanzar voces: ‘¡Ahí va el Presidente de la República!’ ‘¡Es el Sr. Madero el que va en el aeroplano!’ […]. En un principio se creyó que se trataba de una broma, y la incredulidad dominó los ánimos, pero efectuado el aterrizaje, quedó plenamente en comprobación que el compañero de Dyott, era el mismo primer Magistrado de la República”.
Exactamente el vuelo fue a las 4:45 de la tarde, en forma de una doble circunvalación, a una altura aproximada de 150 metros. En su duración las crónicas también discreparon, mientras que algunas hablaron de un trayecto de apenas cuatro minutos, hubo quienes cronometraron casi 10.
Tras aterrizar la ovación estalló, los presentes, según se recuenta, alabaron la osadía del mandatario, tanto así que pidieron a la banda de artillería que tocaran cuatro dianas seguidas. Era un acontecimiento insólito, desde ese momento se reconoció a Madero como el primer jefe de Estado en volar en avión.
Este hito se intentó demeritar con el hecho de que el káiser Guillermo II de Alemania ya había volado en zepelín por aquellas fechas; no obstante, la diferencia entre ambos vehículos colocaba al mexicano en un lugar privilegiado de la aviación. También se recordó que el rey Alfonso XIII había estado a nada de volar con Santos Dumont, pero se lo prohibió su madre. Luego lo quiso hacer con uno de los hermanos Wright; esta vez su consejo de ministros discutió el asunto y se lo impidió al considerarlo especialmente peligroso.
La hazaña que coronaría al espectáculo de la “Moissant” devino en que México se convirtiera en uno de los primeros países en interesarse por el potencial de la aeronáutica. Sin embargo, este suceso, más que visionario, se convertiría en un punto que la prensa opositora criticaría como una más de las excentricidades de Madero. Las crónicas posteriores convertirían la proeza en un ridículo.