En nuestro país, descender de gente influyente garantiza el ascenso social. Esta ventaja competitiva, como dice Ricardo Raphael, los demás “la toleramos sin rebelarnos; algo nos conviene de este régimen que nos inhibe de denunciarlo y combatirlo. Acaso todavía no nos indigna lo suficiente”.
Este fenómeno no es exclusivo de los tiempos que vivimos. Por lo menos desde nuestra Independencia encontramos personajes que, sin más mérito que su apellido, hicieron fama y fortuna. Al final de esta guerra se coronó a los primeros próceres de la patria —Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, Abasolo, Jiménez, Galeana, los Bravo, Matamoros, Mina, Moreno y Rosales— y, en agradecimiento por sus servicios, se concedieron pensiones vitalicias “a sus viudas, hijos y deudos”.
La ambigüedad de la disposición hizo que el gobierno enfrentara múltiples peticiones de recursos. Si recordamos que tan sólo Hidalgo tuvo 14 hermanos, se puede dimensionar la cantidad de solicitudes. Pronto se precisó que los beneficios únicamente alcanzaban a los descendientes directos, por ello a nuestro Padre de la patria le surgieron numerosos amores y decenas de expósitos que incluso se calificaron como “legítimos” a pesar de que tal condición era imposible dado el carácter sacerdotal del guanajuatense.
Hace una década, Javier Sanchiz Ruiz y Juan Gómez Gallardo hicieron un pormenorizado estudio genealógico sobre la familia Hidalgo y de aquellos que presentaron demandas para cobrar pensiones, el cual se encuentra en línea. Sus resultados son concluyentes: En cada caso expuesto de amasias ficticias y vástagos abandonados, se demostró la ausencia de fuentes directas, la falsificación de constancias o que la filiación era imposible de comprobar.
Una constante entre los historiadores es repetir que Manuela Ramos Pichardo fue la madre de algunos hijos del cura de Dolores. Sin embargo, gracias al cotejo de partidas parroquiales se sabe que Manuela se casó con Manuel Reyes del Río el 15 de mayo de 1791 y procrearon, entre otros, a Mariano Lino Reyes Ramos, cuya prole desaparecería el registro de su defunción, aprovecharía para mutar su apellido por “Hidalgo y Costilla Ramos” y exigiría los emolumentos correspondientes. Así sucedió con varios casos más, que se cimentaron en documentos apócrifos agregados tiempo después de la muerte del libertador. La multiplicidad de fraudes iba desde la alteración de apellidos similares, Castillo por Costilla, modificación de actas, hasta valerse de la homonimia.
Ninguna autoridad intentó corroborar la consanguineidad, por el contrario, se aprovechaban a estos personajes para reforzar la identidad nacional. En particular, el deseo de Maximiliano de legitimarse y el de Porfirio Díaz de marcar una línea directa con nuestros padres fundadores de cara al centenario de 1910, reforzó esta deshonestidad histórica. En esas fechas, José María de la Fuente sustentó la quimera de las diferentes paternidades en su Hidalgo íntimo y de estas páginas otros han venido repitiendo lo mismo sin mayores pesquisas.
En el ensayo de Sanchiz y Gómez se da cuenta de una tal “Agripina que asistiría en Dolores, Guanajuato, a la ceremonia del Grito de Independencia que diera Luis Echeverría Álvarez, 145 años después de iniciado el movimiento de Independencia, ocupando un lugar de ‘honor’, conseguido con un fraude documental, como antaño hiciese Guadalupe Hidalgo y Costilla en los festejos del Centenario”.
A pesar de la concluyente investigación, la mentira aún se repite. En el mismo año en que se publicó, se estrenó el largometraje Hidalgo: la historia jamás contada, donde nuevamente se retrata la supuesta apostasía del cura. La actriz Ana de la Reguera personificó a una de sus falsas amantes, Josefa Quintana, y declaró: “Me gusta demostrar que era un hombre como cualquier otro, tenía sus debilidades y le gustaban las mujeres”.
Es decir, el mito de Hidalgo se sostiene ya no como un medio de unidad, sino por la necesidad de acreditar que sólo un temerario podía encabezar la emancipación. Alguien como al que Paco Ignacio Taibo II, sin rubor y rigor, imagina: “de carácter, mujeriego y con varios hijos de distintas mujeres, que es el único conspirador insurgente que ‘no se raja’ a la hora de enfrentar la guerra contra los españoles”.