De los muchos velos que recubren nuestra historia, varios los ostenta Benito Juárez, quien es mejor reconocido como el pastorcillo que llegó a la Presidencia y que su oportuna muerte le obsequió la nobleza política. Entre los mitos construidos y las verdades escondidas en su biografía resaltan los sucesos que lo marcaron previo a su enlace con la núbil Margarita Maza.

Así, ha sido poco estudiado el origen y destino de los dos hijos naturales que el Benemérito procreó antes de 1840 e incluso de un tercer hijo, en este caso adulterino, fruto de una misteriosa relación surgida en la lejanía de Paso del Norte, allá por 1865 y que Alejandro Rosas esboza.

De las mujeres con las que Juárez se relacionó poco se sabe, ya que no dejó constancia. La primera de ellas, su paisana Juana Rosa Chagoya, según sostiene Carlos Velasco Pérez, uno de los pocos historiadores que se aventuran a hurgar en su pasado; fue una viuda con quien vivió en concubinato entre 1830 y 1832.

Esta afirmación no se sostiene porque Susana, la única hija de esa unión, nació en 1840, tan sólo tres años antes de que don Benito se casara con Margarita y en los registros parroquiales de la época no aparece una mujer con las características que Velasco le atribuye. Por otro lado, en mis pesquisas descubrí la existencia de una Juana Rosa Chagoya Álvarez, nacida a principios de 1820. Si es ella, después del encuentro con Juárez, contraería nupcias y tendría otros hijos.

Los hijos de Juárez I
Los hijos de Juárez I

Sobre su condición, Jacinta asumió la responsabilidad de informarle: “Tengo a la vista su grata de 21 del que acaba (octubre de 1867) y en ella veo que me agradece usted, más de lo que yo merezco, el empeño que tengo por el restablecimiento de su querida hija Susana. Tengo unos vivos deseos de que esta criatura despierte de ese estado de narcotismo en que está; ya tiene algunos ratos o momentos en que parece se despeja su imaginación; yo tengo vehementes deseos de verla despejada, quizá por esto o porque sea la realidad me anima la esperanza de que cuando se vigorice o enriquezca la sangre, veré logrados mis deseos.”

Pendientes de su frágil salud, sus tutores comentaban en cada oportunidad los avances y retrocesos. Así, cuando falleció Margarita Maza, en el pésame, los Castro no olvidaron indicar que Susanita estaba muy aliviada y de regular humor.

En junio de 1872, como mal augurio, Jacinta le da cuenta del deterioro de “la niña”. Juárez contestó al mes siguiente: “Recibí las cartas de usted de 1º y 7 del corriente y quedo enterado, con mucho sentimiento, como debe usted comprender, de la grave enfermedad de mi hija Susana. Temo mucho que no pueda resistir ya y siento no poderla ver y atenderla personalmente; pero me consuela la presencia de usted en ésa, porque hace usted mis veces y le dispensa la protección y cuidados en su angustiosa situación. Si tuviera la enferma algunos momentos de despejo, dígale usted, de mi parte, que tenga paciencia y conformidad, que se deje aplicar las medicinas, sujetándose al método que fije el médico para que se restablezca cuanto antes como lo deseo.”

El destino definió que no era el tiempo de la hija, sino del padre; dos días después Juárez falleció. En su sucesión se hizo constar un pago a Jacinta Meixueiro por su diligencia. Como su padre nunca la reconoció legalmente, sus medios hermanos se apiadaron de ella y le concedieron una pequeña porción de la herencia. Tiempo después, Miguel Castro, entonces gobernador de Oaxaca, la dotó de una pensión anual vitalicia de 480 pesos y de una finca.

Susana Juárez Chagoya falleció el 27 de febrero de 1880, a los 44 años, de tabes mesentérica (tuberculosis). El responsable del trámite ante la autoridad civil y del entierro fue Francisco Vasconcelos Varela, pariente político del médico personal de Porfirio Díaz, Esteban Calderón y Candiani, y tío de quien llegaría a ser otro oaxaqueño ilustre, José.

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