Gustavo Adolfo Maass Flores fue el primogénito de una familia de reconocidos integrantes del ejército federal porfirista. Su larga trayectoria castrense se vio recompensada en 1901 con el grado de coronel y, años después, con el de general brigadier.
Sin embargo, su carrera se empantanó por un incidente que escandalizó a la capital. El 14 de agosto de 1908, alrededor de la medianoche, el general le disparó al ingeniero David Olivares. La prensa describió al lesionado como “un buen padre de familia, buen hermano y un hombre útil a la sociedad; jamás se le vio en las cantinas y nunca fue amigo de pendencias ni juergas”.
Aunque Olivares era mucho más joven, no iba armado y no tenía intención de agredir a Maass, se insinuaba que ya existía animadversión entre ellos: “Olivares, hombre correctísimo, pero lleno de energías, se disgustó mucho cuando supo que el general requería de amores a su hermana (…). Desde entonces, el general temía un encuentro con David, cuya presencia esquivaba siempre que le era posible”.
Maass aseveró que caminaba hacia su casa cuando notó que alguien iba unos pasos atrás, por lo que se sintió amenazado e interpeló a su supuesto espía, que no era otro que Olivares. La discusión subió de tono y, ante un movimiento del ingeniero en el que se llevaba la mano al bolsillo, se adelantó y le asestó un tiro.
Esta declaración contrastaba con la del moribundo, quien dijo que fue atacado “a la mala, sin que me metiera con él, de puro miedo”. Agregó que no tenía confianza en la justicia porque su victimario era un militar influyente y de alto rango. Un hecho que incriminó a Maass fue que, en lugar de atender al herido, intentó fugarse.
Olivares se debatió varios días entre la vida y la muerte. De los médicos no sólo dependía su salvación, sino también la de Maass, pues si aquel fallecía, éste recibiría la máxima pena. Esto sucedió el 18 de agosto y la indignación creció. “Hemos oído decir que el crimen fue proditorio y se condena la actitud del general, quien pudo luchar a brazo partido con su enemigo, en caso de haber sido ofendido, porque el citado militar estaba aún más fuerte”.
El 29 de marzo de 1909 comenzaron las audiencias del jurado popular. Francisco M. de Olaguibel fue el representante de la parte agraviada. En el interrogatorio, Maass aceptó que conocía al occiso y a su hermana Felisa, que había intentado seducir a la joven y que, al saber sus intenciones, le reclamaron y él juró apartarse.
Olaguibel le cuestionó: “Fue suficiente que Olivares hiciera el ademán de sacar algo para que usted disparara. ¿No es así?”, Maass asintió. El abogado dijo: “Pues eso, en jerga de jurados, se llama ‘madrugar’ y ahora se impone una pregunta, señor general, ¿los militares deben madrugar?”. El acusado contestó: “Entiendo eso de otra manera. Se me insultó y se me faltó a mi honor, por eso disparé”, a lo que Olaguibel reviró: “Ha faltado usted a los deberes de esposo, pues siendo usted casado, enamoraba a Felisa, a los de amigo, pues se introdujo usted furtivamente en el seno de una familia para robarles el honor, a los de ciudadano, porque ha falseado usted sus declaraciones para entorpecer la labor de la justicia, y a los de militar, porque se ha escudado en el grado”.
El general fue condenado a muerte, pero la defensa logró suspender la ejecución arguyendo vicios de procedimiento en el juicio, por lo que se ordenó su reposición. Luego fue sentenciado a 13 años de prisión y, al final, a dos años y a prometer a la viuda que se encargaría de la manutención de los dos huérfanos.
Pronto el caso fue cayendo en el olvido. Con el huertismo, Maass recuperó su grado y condecoraciones y, en 1914, ocupaba el cargo de comandante militar del puerto de Veracruz. El 21 de abril abandonó la plaza al ejército estadounidense, por lo que se recomendó fincarle responsabilidades por negligencia e ineptitud, “y por su apatía en los momentos más críticos de la lucha”.
Junto con toda la cúpula huertista, Gustavo Maass huyó al extranjero y nunca fue juzgado. Falleció en la Ciudad de México el 13 de septiembre de 1934, a los 80 años.