Durante el sexenio de Miguel Alemán, los cabarets alcanzaron lo que el narrador Enrique Serna llamó un “pecaminoso esplendor”. Este auge llevó a distintos empresarios a cambiar los giros de sus negocios para aprovecharse de la demanda de entretenimiento. Fueron también semilleros para la escena artística de la época.

Desde sus inicios, “Billy” Lozano había impulsado las carreras de incipientes artistas tales como Antonio Matas, quien, según se dice, compuso su inmortal canción “Parece que va a llover” en uno de sus restaurantes, así como el dueto Los Bribones, integrado por Nacho Irigoyen y Antonio Ferrusquia, intérpretes de una serie de boleros de éxito masivo. En su nueva faceta como cabaret, Los Globos tendría sobre sus escenarios a celebridades como Los Polivoces, la actriz y vedette Virma González, Salvador “Rabito” Agüeros, y el aún famoso Sergio Corona, quien fue bailarín en el establecimiento cuando se presentaba en dupla con Alfonso Arau.

De esta manera “Billy” Lozano, quien ya se había dedicado a la producción, comercialización y, en algún punto, tráfico de vinos, vería sus ingresos incrementarse exponencialmente con el negocio del cabaret. Era la época en la que estos establecimientos generaban auténticas estrellas, donde era posible ver en vivo a las actrices que simultáneamente aparecían en la gran pantalla. Si bien en el escenario de Los Globos no pasaron las máximas luminarias del momento, su presencia en el circuito fue tal que Telesistema Mexicano (la actual Televisa) realizó transmisiones desde ahí.

Reconocido por ser un espacio más íntimo que los grandes recintos del Jardín Terraza o el Waikikí, los entretenimientos encontrados en Los Globos fueron motivo de orgullo para sus dueños. Guillermo, hijo de “Billy” Lozano, recordaría: “Yo le digo una cosa, no ha habido ningún cabaret que haya tenido las variedades que nosotros tuvimos, puras producciones. Una fue con unos artistas mexicanos y después nos fuimos a Cuba y nos trajimos 30 artistas”.

Ángel Gilberto Adame. Foto: Especial
Ángel Gilberto Adame. Foto: Especial

Esta aseveración no era única entre los empresarios del cabaret del siglo pasado. Prácticamente todos los sitios de nota contaron con alguna luminaria. Sin embargo, el apogeo no sería permanente. Con la llegada de Adolfo Ruiz Cortines a la Presidencia, el discurso oficial adquiría tonos de decencia que no serían compatibles con la fructífera y licenciosa vida nocturna.

Adalid de este cambio fue el nuevo regente capitalino, Ernesto P. Uruchurtu, quien impuso una política de profilaxis social. La ciudad deseada era una en la que los gobernados se comportaran de manera moral, por lo cual fue imperativo atacar cualquier establecimiento que fomentara actitudes sórdidas. Serna relata en su novela “El vendedor de silencio”:

“Clausuraba tugurios a granel por infringir las normas administrativas, empezando por la más estricta de todas: no vender licor después de la medianoche. La corrupta Babilonia iba en camino de volverse una ciudad levítica. Sus escándalos desentonaban con los nuevos aires de la política mexicana, y las circunstancias lo forzaban a cambiar de fachada”.

Sin embargo, como suele ocurrir, la ley se aplicaba con distinción. Muchos lugares de juerga lograron mantenerse a flote ganándose el favor del mandatario en turno. De este modo es que Los Globos permaneció abierto. Sergio Corona me relató una curiosa anécdota en la que el regente de hierro le obsequió un lujoso automóvil a uno de los bailarines principales del recinto. No obstante, esto no sería suficiente para sostener Los Globos a largo plazo, y este, al igual que el México de noche, experimentaría un lento declive.

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