Alejandro Rossi, acaso uno de nuestros mejores prosistas del siglo pasado, destacó por su capacidad para abordar temas como la identidad, la memoria y la búsqueda de sentido en un mundo en constante cambio. Un hijo rebelde de la academia que se convirtió, lejos de la torre de marfil, en una figura paradigmática, conocido por una personalidad difícil entremezclada con un claro genio.

Los diarios de Rossi, publicados en marzo de 2024, editados por Malva Flores, Milenka Flores y David Medina Portillo, nos ofrecen una llave para acceder al rico y tumultuoso mundo interior del escritor. Estos primeros tres libros —de un proyecto de seis— son un detrás de bambalinas de los hitos de la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, muchas veces con un comentario sardónico preparado.

A través de la afilada pluma de Rossi, podemos revisitar como testigos internos hechos como el fin de la revista “Plural” y el inicio de “Vuelta”, las visitas de Borges a México, o la tumultuosa política universitaria.

Rossi tenía opiniones complejas llenas de claroscuros. Su relación con Elena Poniatowska es un ejemplo, anotando en el primer libro: “¡Hace más de veinte años que escuchamos el bla bla bla atiplado de la princesita! ¡Ese tono pretendidamente casero, ese lenguaje de cocina colonial, de supuesta mexicanita antigua y de buena familia que habla como el ‘pueblo’, ese uso nauseabundo de refranes diminutivos!”. Esto se contrasta con la impresión que describe después: “La Poniatowska me anunció un libro suyo en el que me menciona —aunque muy rápido, agregó—. Simpática, antes la detestaba, no sé por qué en realidad”.

Otro ejemplo de la complejidad de sus relaciones puede verse con Octavio Paz. Hay notas afables como la del 12 de julio de 1974: “Octavio quería hacerme ver que mis artículos eran leídos, que gustaban, que no me sintiera inseguro. Habló […] de mi enorme talento como escritor. Insistió Octavio, como un hermano mayor, cariñoso y serio, que mis problemas para escribir eran puramente psicológicos. Sentía mucho afecto hacia mí. Una experiencia que recuerdo y agradezco”.

Sin embargo, también fue duro con el poeta. Una instancia de esto fue durante los inicios de “Vuelta”: “Octavio vacila, quiere y no quiere. En lugar de decir: ‘durante tres meses olvido todo y me dedico a esta tarea, si sale, bien, si no sale, volteamos la página’, reparte su tiempo y —claro— se siente incómodo porque ni cuenta con todo su tiempo para escribir ni tampoco ve resultados prácticos. Creo, sinceramente, que Octavio no es la persona para encabezar una aventura semejante. En ‘Excélsior’ tenía todas las comodidades: personal, dinero, la administración y la permanente buena voluntad de Scherer. Salvo [Gabriel] Zaid, el Consejo de Redacción no funciona para

estas tareas [...]. Dada la situación, si publicamos la revista es porque de veras Dios así lo desea. Octavio es un gran poeta, un escritor de otro rango, no un administrador, no un empresario, no un capitán. Pienso que quizá para él y sus lectores, todo esto sea un desperdicio. Zapatero a tus zapatos”.

Estos diarios no deben pensarse sólo para el público más conocedor, aunque tiene muchos elementos de interés para los estudiosos de la vida y del contexto de esta época en la cultura mexicana. Cualquier lector curioso encontrará más de una anécdota sobre otros grandes sucesos como la huelga del STUNAM.

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