El 4 de noviembre de 1924 falleció José Ireneo Paz Flores, el entonces decano del periodismo mexicano. El certificado, firmado por el doctor Pedro Pablo Rangel, indica como causa del deceso una hemorragia cerebral, no traumática. Años después, su nieto recordaría esa trágica noche: “Serían ya cerca de las ocho, mi tía y mi madre comenzaron a alarmarse. Ya era hora de que mi abuelo estuviese de regreso. (…) Mi primo Guillermo y yo, tendidos sobre la alfombra, hojeábamos un grueso volumen de estampas. De pronto, oímos el ruido habitual: el chirriar de la reja, el sonido opaco de los pasos y del bastón, ahora titubeante, subiendo los seis peldaños de la pequeña escalera (…). La puerta se abrió y apareció mi abuelo. Nos miró a todos con una mirada indefinible y, jadeante, dijo: ‘Me siento mal, algo me pasa’. Las mujeres lo llevaron a su cuarto, lo sentaron en la cama, le ayudaron a deshacer el nudo de la corbata y a quitarse el saco y la camisa. Masculló: ‘Tal vez me haría bien una friega de alcohol’. Mi madre dijo en voz baja: ‘Hay que llamar pronto a un médico’. Y salió corriendo hacia el teléfono. Antes de que lo hubiese descolgado, el anciano masculló algo ininteligible, movió la cabeza como para decirle adiós al mundo y murió”.
La vida de Ireneo había tenido una serie de tropiezos tras la muerte de su esposa en 1914. Su destemplado porfirismo lo llevó a apoyar a Victoriano Huerta, lo que desencadenó la pérdida de canonjías, el cierre de su imprenta y un franco declive económico. Sumado a eso, en ese periodo tuvo que sufrir la muerte de tres de sus hijos. Su ruina era tal que cuando otorgó su testamento y el notario Rafael Flores le preguntó sobre las regalías de sus libros, contestó: “Hijo mío, he escrito cerca de treinta volúmenes, pero los que ahora tienen dinero, no saben leer”.
EL UNIVERSAL dio cuenta del velorio: “Su muerte (…) ha conmovido a los liberales del país: la prensa está en duelo, sus amigos y correligionarios lamentan la pérdida. Desgraciadamente todos estos sentimientos sólo aparecieron escritos en los periódicos. En su casa, al lado del cadáver, otro fue el cuadro y otras las escenas de dolor. El cuerpo (…) estuvo acompañada todo el día por su inconsolable hija, y por sus dos hijas políticas y por algunos de sus nietos, unos niños. No vimos allá en la pequeña casa de Mixcoac (…) a ninguna representación del Partido Liberal. Tampoco vimos delegación alguna del Ejército (…). Y tampoco vimos periodistas de la vieja guardia a la que perteneció el escritor, ni de la nueva que lo proclamó, no hace mucho, un ejemplo de constancia, de virilidad, de energía y de fe en la ingrata profesión”. También se informó que no había dinero ni para un féretro, por lo que el periódico se ofreció a pagar los servicios funerarios. Al día siguiente apareció una nota de los deudos: “Los familiares del extinto señor Paz, nos suplican una aclaración a la nota que publicamos ayer. Nos dicen que cuando un redactor de este periódico les comunicó del acuerdo del Gerente de EL UNIVERSAL de costear, como un homenaje al distinguido periodista desaparecido los gastos de la inhumación, tenían ya arreglado el entierro, el que hubo de retrasarse por esperar la llegada del licenciado Octavio Paz Solórzano, que se encontraba en Iguala de donde vino anoche. Nos manifestaron también que están agradecidos a la actitud del Gerente y que aceptaron su ofrecimiento”.
El sepelio se llevó a cabo en el Panteón de Dolores. Ángel Pola, Gabriel Cruces, yerno del finado, Francisco Javier Gaxiola y Daniel Rodríguez de la Vega fueron quienes llevaron al hombro el féretro. A diferencia del velorio, en el cementerio sí hubo una asistencia numerosa. Al frente de la familia estaba el licenciado Paz. Entre los amigos destacó Antonio Díaz Soto y Gama. La ceremonia fue callada, no hubo discursos ni elegías; el viejo zorro se fue en silencio.
Con el paso del tiempo, la tumba de Ireneo desapareció al ser retirada para edificar un crematorio. En 1930, su hijo solicitó, como reconocimiento tardío, que la calle de Cuauhtémoc cambiara de nombre por el de su padre; el fallo del Ayuntamiento fue positivo. Sin embargo, como cruel ironía, el nombre de la arteria quedó asentado con el título que tanto molestaba al periodista. Hoy todavía se puede leer en los rótulos de Mixcoac: “calle Lic. Irineo Paz”.