Benjamin Bradlee (1921-2014) fue uno de los cronistas más influyentes de la historia reciente, así como testigo preferencial de los acontecimientos de mayor impacto durante el siglo XX. Lo que caracterizó su trabajo fue su compromiso con la verdad y la libertad, logrando la notoriedad de su oficio.
Participó como oficial de inteligencia en la Segunda Guerra Mundial en la batalla del Pacífico. Según recordaría: “El 6 de agosto se había lanzado una bomba atómica sobre Hiroshima. Ninguno de mis nuevos compañeros tenía la más mínima noción sobre energía atómica, mucho menos sobre bombas atómicas. Encontré una vieja colección de la Enciclopedia Británica y me ofrecí voluntario para investigar el asunto y escribir un pequeño informe destinado a la tripulación. […] ¿Fue aquella la primera vez que escribí sobre algo sin tener ni idea sobre la materia? ¿O fue la última? Espero que fuera realmente la última”.
Tras su vuelta, se desempeñó como reportero de nota roja. Luego, se convirtió en corresponsal de “Newsweek” en París, donde fue mejorando su escritura al elaborar informes acerca de la reconstrucción de Europa y la consolidación del bloque soviético; también descubrió su pasión por la vida pública, lo que lo llevó a fortalecer su relación con John F. Kennedy y a acompañarlo durante su campaña a la presidencia, decisión que puso en entredicho su ética profesional y su compromiso con la objetividad.
Los turbulentos años sesenta dejaron una profunda marca en su sensibilidad luego del magnicidio de Dallas, seguido pocos años después por el del doctor Martin Luther King y por el del senador Robert Kennedy. En ese complicado escenario, redondeado por la Guerra de Vietnam, Bradlee asumió el cargo de editor de “The Washington Post”, el cual era considerado un periódico pequeño e irrelevante. Con su decantada habilidad lectora, modificó la estructura del diario y dio prioridad a los reportajes extensos, además, creó una polémica sección de estilo, en la que se combinaba un análisis de los vicios de la sociedad con los cotilleos de la literatura y la política.
La investigación del caso Watergate fue, sin duda, la más importante de su carrera. Bradlee documentó con ahínco la intrusión de la CIA en las instalaciones del comité del Partido Demócrata, realizada para obtener información estratégica que facilitara la reelección del presidente republicano Richard Nixon. Los artículos que publicó fueron de vital importancia para desenmascarar una trama de espionaje político orquestada desde la Casa Blanca, la cual concluyó con la dimisión del mandatario.
La trayectoria periodística de Ben Bradlee basó su éxito en la búsqueda de la transparencia, tal como apuntó: “La idea de que alguien —ya sea el presidente de los Estados Unidos, el director del FBI, un negociante, una esposa o un lector irritado— me diga lo que yo tengo que publicar en el periódico, y encima en portada, me resulta inconcebible”.
Son muchos los matices que rodean un oficio y una vida tan apasionantes. El mismo Bradlee reconocía esto. En su autobiografía, escrita en el ocaso de su vida, confesó: “solo me atreví a meterle mano a unas memorias cuando empecé a darme cuenta de que los dioses habían querido proporcionarme una impresionante buena mano. Una mano que me puso asiento de primera fila en algunos de los momentos vitales del siglo”. En paralelo a este texto, está disponible un documental en HBO que ofrece una visión ágil, así como también precisa, de un periodo controvertido y lúcido de la historia a través de la pluma de tan emblemático periodista.