Un joven de nombre Martín Luis Guzmán, destacado miembro del Ateneo de la Juventud y recién egresado de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, fue de los escasos intelectuales que se pronunció contra el golpe huertista, abandonó la capital y decidió sumarse al constitucionalismo en las fuerzas del general Francisco Villa.
La actitud de Guzmán no fue consecuencia de un impulsivo nacionalismo o de una desangelada defensa de la legalidad. A pesar de que su esfuerzo y cultura lo ubicaban en la posición de obtener un seguro éxito profesional, en 1915 publicó un opúsculo al que llamó La querella de México, el cual constituyó uno de los más valientes y certeros análisis de un país que no alcanzaba a salir del siglo XIX y que se hallaba atrapado en un difuso movimiento revolucionario.
El texto de Guzmán, más que una receta de soluciones, se limita a ofrecer un panorama de nuestros vicios, los cuales habían hecho que, a pesar del tiempo transcurrido desde la Independencia, siguiéramos sumidos en el atraso y las luchas intestinas.
Si bien Carlos Fuentes señaló que uno de los grandes tópicos expuestos por Guzmán, el hecho de que ser gobernados por “espíritus débiles e inmorales”, debía modificarse por la “ignorancia, idiotez e ilusión” de nuestros mandatarios, me parece que La querella de México conserva su frescura y bien puede leerse como un ensayo de lo que actualmente vivimos. Dice Guzmán:
“No soy escéptico respecto de mi patria, ni menos se me ha de tener por poco amante de ella. Pero, a decir verdad, no puedo admitir ninguna esperanza que se funde en el desconocimiento de nuestros defectos…
“Nuestras contiendas políticas interminables; nuestro fracaso en todas las formas de gobierno; nuestra incapacidad para construir (...) un punto de apoyo real y duradero que mantuviese en alto la vida nacional, todo anuncia, sin ningún género de duda, un mal persistente y terrible, que no ha hallado, ni puede hallar, remedio en nuestras constituciones —las hemos ensayado todas— ni depende tampoco exclusivamente de nuestros gobernantes (...). La vida interna de los partidos no es mejor ni peor que la proverbial de nuestras tiranías oligárquicas; como en estas, vive en ellos la misma ambicioncilla ruin, la misma injusticia metódica, la misma brutalidad, la misma ceguera, el mismo afán de lucro; en una palabra: la misma ausencia del sentimiento y la idea de la patria...
“Tan ajena es la política mexicana a sus propias realidades (nuestras instituciones son importadas; nuestra especulación política —vaga y abstracta— se informa en las teorías extranjeras de moda, etcétera), y tan sistemática la inmoralidad de sus procedimientos, que no puede menos que pensarse en la existencia de un mal congénito en la nación mexicana…
“...Anhelamos la paz. Entre las múltiples inquietudes y las previsiones vagas que nos atormentan, este anhelo es lo único claro e indiscutible (...). Y, sin embargo, ¿a quién ha ocurrido preguntarse lo que ella vale realmente? (...) El interés de México es resolver el problema de su existencia normal como pueblo organizado, lo cual le impiden barreras de incapacidad moral (...). Lo que a cambio de nuestro bienestar material se ofrece a la nación (...) es la paz a costa de la corrupción y el crimen sistemáticos...
“...No entendemos la democracia. Para nosotros, como para cualquier gobierno que valga el nombre, es más que capacidad de entender y arte de leer y escribir y fuerza de obrar; es, primordialmente, virtud, moderación, paciencia, acatamiento, lealtad, justicia”.
Si bien la trayectoria de Martín Luis Guzmán no fue congruente con la del joven que fue, manchada por sus aplausos a la represión de Gustavo Díaz Ordaz en Tlatelolco, la lucidez de su pensamiento y su brillante diagnóstico de la realidad mexicana, hacen que La querella de México parezca escrita para los tiempos de hoy y no para una dictadura que se diluyó hace más de 100 años.