Los presentes en la sede de las rondas finales de la oposición por la titularidad de la notaría 128 se mantenían a la expectativa, ya que presentían que iban a ser testigos de un acontecimiento excepcional: María Angelina Domercq Balseca por fin sería reconocida como la primera mujer notaria.

En la justa se habían inscrito seis aspirantes, los cuatro primeros ya habían quedado descartados y sólo restaban la poblana y Adolfo Contreras Nieto. Todos los antecedentes presagiaban el triunfo de la brillante joven.

Angelina llevaba ya cuatro años luchando por ese momento. Después de su notable desempeño profesional, su valentía para litigar contra un orden injusto que le cerraba el paso a las mujeres al notariado y el ser la primera abogada aspirante —su examen fue reconocido como el mejor de toda su promoción— ya debería haberle dado una notaría, como a cualquier varón de la época. Con renovado brío, aceptó las nuevas reglas, presentó su prueba escrita y, para la tarde del martes 11 de febrero de 1947, esperaba el inicio de la réplica oral.

Era su segunda oposición. La primera había tenido lugar casi un mes antes y tuvo como triunfador a Javier Correa Field. Angelina quedó en segundo puesto, aunque en el foro se murmuraba que su prueba escrita había sido superior. En ese concurso también había participado Contreras Nieto y había quedado muy rezagado. En esta ocasión, nadie consideraba que tuviera oportunidad de vencerla.

Algo que desconcertó al público fue la composición del jurado: Manuel Borja Soriano, como presidente, y Rogerio R. Pacheco, como titular del Consejo de Notarios, examinarían a Angelina y a Contreras Nieto. Los otros tres, en calidad de vocales, eran personajes distintos en cada grupo y, además, varios eran jóvenes de escasa experiencia.

Angelina fue dando respuesta a las preguntas que se le hacían con tranquilidad. Al concluir el último cuestionamiento, se puso de pie, vio cómo se retiraban sus inquisidores y esperó el veredicto. Dos de los vocales la calificaron con “Muy bien”, el otro con un “Perfectamente bien”, pero al oír que Pacheco y Borja ratificaban la máxima nota, el salón se inundó con una ovación.

El último examen se celebró al día siguiente. Aunque para Borja Soriano y Pacheco el sustentante únicamente mereció un par de “Muy bien”, la sorpresa fue mayúscula cuando se conocieron las tres evaluaciones de los jurados menos calificados: “Perfectamente bien”. Así, por única vez en la historia de las oposiciones se generó un empate y la ley no indicaba qué hacer.

Para resolver el entuerto, el 14 de febrero se reunieron en las oficinas del Consejo los responsables de generar la confusión. De entrada, reconocieron el problema de la falta de identidad del sínodo “porque [no] ha habido un solo jurado, [y en este caso] un jurado examinó a la señorita Domercq y otro examinó al señor Contreras. Que en consecuencia sólo el […] señor Borja Soriano y el […] señor Pacheco son los que como miembros de los jurados están capacitados para juzgar cuál de los examinados presentó mejor prueba y por lo mismo merece el triunfo en la oposición ya que los señores […] sólo asistieron como miembros ya de uno ya de otro de los dos jurados que se ha hecho mención” y, por lo tanto, “no hay quien decida el desempate”. Con ese razonamiento, mandaron celebrar “una nueva prueba escrita y oral, a fin de que, con el resultado de ella, pueda el jurado decidir dicho desempate”.

Angelina continuaba haciendo historia, pero no la que ella quería o deseaba, sino la que una élite obtusa se empeñaba en forjar para ella.

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