Originaria de un matrimonio poblano, donde el padre, un agente viajero de origen francés que, de acuerdo con los registros genealógicos, engendró una abundante descendencia, y que tal como ella dejaría reflejado en las dedicatorias de su tesis profesional, sería un personaje ausente en su vida, María Angelina Domercq Balseca nació el 14 de noviembre de 1918, dotada de una serena belleza y notable inteligencia.

Siempre acompañada de su madre, decidió emprender estudios superiores, lo que aún en esos tiempos representaba una singularidad, y lo hizo con brillantez, incluso superando a personajes que luego serían prominentes políticos, intelectuales, empresarios y notarios. Así, después de egresar de la secundaria 6 en 1934, fue admitida en San Ildefonso, sin embargo, problemas de salud, que fueron reconocidos por la administración escolar, le impidieron cursar el ciclo lectivo de 1935. De haberlo hecho, Angelina habría coincidido en las aulas con Elena Garro.

Recuperada, terminó la preparatoria en dos años e ingresó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, como parte de la generación 1938-1942, donde ni el 5% de sus integrantes eran del sexo femenino. Una prueba de su talento la dio en la clase de Teoría General de las Obligaciones, una de las más complejas de toda la carrera. De más de 110 alumnos matriculados, sólo una decena alcanzaron la máxima nota. Angelina fue una de ellas. Algo similar ocurrió en Derecho Penal.

Mientras tanto, ella y su madre se instalaron en los altos de un inmueble de la calle de la Soledad, y para poder sostener a su hija mientras ésta se concentraba en sus estudios, además de solicitar las becas correspondientes, doña Carmen Balseca obtuvo un empleo administrativo bajo las órdenes del notario José G. Silva Bulnes. Dada la cercanía entre su domicilio, la escuela y la oficina, Angelina se hizo una presencia recurrente en el despacho y, poco a poco, se fue familiarizando con los protocolos, el sello de autorizar, el peculiar olor de la tinta y con todos aquellos elementos que distinguen ese oficio.

Su último periodo en la Facultad fue excepcional. Las calificaciones con las que concluyó demuestran la disciplina que alcanzó, sobre todo en una época en la que la evaluación era anual; 10 en Contratos, 10 en Derecho Mercantil, 10 en Derecho Internacional Privado, 9 en Filosofía del Derecho… La joven estaba decidida a ser una abogada de excelencia y alcanzar su sueño a la brevedad.

Nada más aprobó la última materia del plan de estudios, registró su tema de tesis: “La deducción jurídica y su trascendencia” y solicitó fecha de examen de grado. Después de ser aprobada su petición, se formó el jurado, encabezado por Gabriel García Rojas e integrado, entre otros, por Eduardo García Máynez. Uno de los sinodales calificó su trabajo “como un esfuerzo ejemplar” y alabó “la brevedad y acierto con que aborda temas urgidos de investigación jurídica”.

El miércoles 12 de mayo de 1943, cinco juristas examinaron a Angelina, la calificaron digna de licenciarse y le tomaron la protesta de ley. Sus amigos se congraciaron. La poblana logró lo impensable y su futuro pintaba brillante. No contaban con que ese éxito no era suficiente para la joven. Ella anhelaba conquistar un reto más. Uno que nunca una mujer en México había logrado: ser notaria. Aunque nadie dudaba de su capacidad para alcanzar esa posición, todos sabían que la empresa era imposible, puesto que la legislación reservaba el desempeño notarial exclusivamente a los varones.

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