El teniente coronel Jorge Carrillo Olea y el contingente que acompañaba al presidente Echeverría buscaba la vía de escape más accesible ante la furia de sus perseguidores. Debió descartar el automóvil en el que habían llegado, porque este ya había sido lapidado.

En ese instante, los sujetos de los morrales, a los que no se les había prestado atención, extrajeron de ellos algunas piedras y “a una orden empezaron a lanzarlas”. Una de ellas alcanzó al mandatario en la frente. “Vi una película que me mostró el presidente Echeverría tiempo después, en la que se ve a un tipo brincando los coches estacionados junto al Circuito Exterior y señalando hacia el presidente, como indicando dónde aventar las piedras. Unas fotografías implicaron a un joven del Centro de Investigación en Matemáticas Aplicadas y Sistemas; parecía que él había lanzado la pedrada, o por lo menos el Estado Mayor decía que esa era la evidencia”.

El estudiante de Derecho Juan Sánchez declaró: “Toqué la nuca del señor presidente y la sentí empapada. Creí que sólo era sudor, pero me di cuenta que sangraba un poco. Junto con otros compañeros tratábamos de protegerlo, levantando los brazos en torno de él”.

En sus recuerdos, Carrillo Olea narra que tuvieron que apoderarse de otro vehículo para salir: “A tres o cuatro metros de donde íbamos, se puso en marcha un pequeño Maverick rojo que debía tener la intención de huir de la peligrosa turba. Hice señas a los oficiales a cargo del presidente para que lo condujeran hacia ese auto. Yo me adelanté por la izquierda, me introduje por la parte trasera del coche y tomé al chofer por la garganta, desde una posición por demás ventajosa. Entre las majaderías que le gritaba para amedrentarlo, le solté: ‘¡No te muevas, aquí mando yo!’ (…) Los oficiales con el presidente ya habían abierto la portezuela delantera derecha y trataban de introducirlo en el auto. Sin embargo, él se había afianzado entre el techo y la propia portezuela con gran resistencia. Mientras seguía su debate a gritos con los estudiantes, se negaba a entrar. Entonces le ordené a uno de los oficiales (…) que lo forzara. Sus inhibiciones propias de joven y de oficial del Ejército le impedían forcejear con el jefe del Estado, hasta que levantando fuertemente la voz le ordené de nuevo: ‘¡Mételo, mételo!’ Por fortuna, mediante un irrespetuoso jalón, así lo hizo”.

Empero, un ladrillo rompió el parabrisas del auto y los vidrios lesionaron la cara del chofer. Otra piedra abolló el toldo. El maestro Máximo Carvajal no pudo seguirlo, debido a que un metro antes se dobló, a causa del dolor que le causaban las pedradas. Además, había recibido un pinchazo en una mano.

Metros más adelante, el vehículo chocó con un Volkswagen azul, cuyo conductor, confundido, pasaba por el circuito escolar, aunque pudieron maniobrar y dirigirse a Los Pinos. Según Carrillo Olea, durante todas esas desventuras, Echeverría no paraba de reír y gritar: “¡Igual que en Los Intocables!”.

Esa tarde, Echeverría concedió una entrevista a Jacobo Zabludovsky. El periodista lo percibió “tranquilo, muy sereno (…) El rastro de la frente apenas se ve en realidad, lo tapa el cabello. El mandatario declaró que tuvo que ir a la UNAM porque ésta se encuentra en un periodo crítico de su historia. Pese a que tiene 250 mil estudiantes y es una Universidad capitalina, lo que hace es producir egresados, muchos de los cuales tienen que buscar chambas, sin poder desarrollar una verdadera vocación intelectual o un servicio a sus compatriotas”.

Para concluir, Echeverría prometió volver al año siguiente al campus grande. En la UNAM lo siguen esperando.

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