El año de 1937 es recordado como uno de los más sanguinarios del estalinismo. Estaba por celebrarse el vigésimo aniversario de la Revolución de Octubre, la cual “constituyó el primer paso de la transición que llevaría al mundo soviético del socialismo al comunismo, del proyecto político de redistribución económica al ‘paraíso en la tierra’, donde toda la humanidad alcanzaría un estatuto de igualdad en la abundancia y la consecución de la justicia”.

El plan, propuesto por Lenin e implementado por Stalin, para la emancipación de los trabajadores y la erradicación de las clases sociales, movilizó a millones de personas dentro y fuera de la URSS. Durante sus años de expansión y consolidación, el partido comunista soviético y sus satélites se empeñaron en fortalecer el adoctrinamiento. Czeslaw Milosz describió en "La mente cautiva" a la burocracia que era reclutada por los órganos centrales: “Hay que dar todas las posibilidades de acción y formación a los individuos del medio proletario que son más enérgicos y activos. [...] Las puertas están abiertas pero vigiladas, su pensamiento tiene que basarse en las normas inflexibles del materialismo dialéctico”.

Las dos décadas que transcurrieron desde la victoria bolchevique permitieron a sus dirigentes la absorción de la policía secreta zarista, ahora encargada del seguimiento férreo de la línea ideológica, así como de la denuncia y captura de todos los desviacionistas y opositores al régimen. Arthur Koestler aludió a la desproporción entre los medios y los fines a lo largo de "En busca de la utopía": “[Reflexioné] sobre la ‘ley de los desvíos’, que hace que el líder que ha emprendido el camino hacia la utopía sea despiadado en aras de la piedad. […] El comisario bolchevique sigue [esta] ley hasta el final, tan solo para descubrir que […] la meta desapareció entre la niebla”.

El conflicto descrito por Koestler alcanzó proporciones inusitadas cuando el 30 de julio de 1937, Nikolai Yezhov, jefe de la policía secreta estalinista, firmó la autorización del decreto número 00447, también llamado “Sobre la operación para reprimir a ex kulaks, criminales y otros elementos antisoviéticos”, mismo que marcó el inicio de la Gran Purga. Simon Sebag Montefiore, en "La corte del zar rojo" explicó: “El objetivo era ‘acabar de una vez por todas’ con todos los enemigos del régimen y con cualquier persona a la que fuera imposible educar como socialista [...]. Esta solución final consistía en una matanza que resultaba lógica desde el punto de vista de la fe y el idealismo del bolchevismo, religión basada en la destrucción sistemática de las clases sociales”.

Dicho documento ordenaba la creación de tribunales regionales integrados por un jefe de la policía secreta, un fiscal y el presidente del Partido Comunista de la localidad, quienes decretaban mediante un juicio sumario penas de muerte o exilio. La cifra mínima de procesados por región ascendió a 72,950 individuos fusilados y 259,450 detenidos.

La determinación soviética de purificar a partir del exterminio de la disidencia nos remite a la reflexión de Octavio Paz en "Polvo de aquellos lodos", con la que se opone al credo comunista: “Nuestras opiniones en esta materia no han sido meros errores o fallos en nuestra facultad de juzgar. Han sido un pecado, en el antiguo sentido religioso de la palabra: algo que afecta al ser entero. [...] Ese pecado nos ha manchado y, fatalmente, ha manchado también nuestros escritos. Digo esto con tristeza y humildad”.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame
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