Es una tarea titánica aquilatar una aventura literaria que consta de más de 3500 páginas y está desarrollada en seis volúmenes, sobre todo cuando se trata de una obra biográfica y tan rica en conjeturas como la de Karl Ove Knausgård, autor noruego que a finales de la década del 2000 concluyó su famosa saga "Mi lucha".
La magnitud de su proyecto, que comenzó con "La muerte del padre" y concluyó con "Fin", le ha valido comparaciones con Marcel Proust y su célebre ciclo "En busca del tiempo perdido", por su largo aliento y también por la pretensión de crear una novela continua, prescindiendo de una historia ficcional. En "La importancia de la novela", Knausgård defiende la idea de que la vida es una “oleada, ingobernable, imprevisible y en constante cambio” que se opone a todo absoluto puesto que ello no le permite modificarse y fluir, de ahí que en su narrativa ponga en cuestión la rutina y sea constante en la añoranza de una vida nueva. Proust postula una opinión similar en "El tiempo recobrado", al menos en lo que respecta a la imposición de un sistema para modular un texto literario: “Una obra que contiene teorías es como un objeto al que se le ha dejado el precio”.
Ambas obras nos permiten replantearnos algunas preguntas que han inquietado a la academia y a la crítica desde finales del siglo XIX: ¿todo lo que se escribe es literatura? ¿El arte es inseparable de la relatividad histórica y geográfica del gusto? ¿Es concebible la universalidad de un canon estético? Roland Barthes afirmó que “la literatura es aquello que se enseña”, agudizando aún más el problema de identidad de una disciplina artística que está en constante evolución.
El autor noruego, al igual que el escritor francés, demuestra a lo largo de sus páginas un gran dominio de su lengua y de la tradición que se adscribe a ella; pero el recuerdo de los libros que han marcado su vida no se limita a aquellos que le han parecido de gran manufactura, también se explaya sobre los que considera sobrevalorados, meros fenómenos mercantiles o que simplemente escapan a su comprensión; demostrando con ello el lugar central que ocupa la lectura en la configuración de sus terrores y obsesiones.
En lo relativo al empleo de la ficción como concepto o modelo del trabajo narrativo, mismo que está ausente tanto en "Mi lucha" como en "En busca del tiempo perdido", valdría recordar un comentario de Antoine Compagnon: “¿Se trata de una definición o solamente de una propiedad de la literatura? En el siglo XIX […] la ficción como concepto vacío no era ya una condición necesaria y suficiente de la literatura, aun cuando la opinión general considera habitualmente a la literatura como ficción”.
Pese a que lo literario ha extendido su definición, Knausgård tampoco sigue la tendencia romántica, la cual define a la novela como una oposición al uso utilitario e instrumental del lenguaje ordinario, con lo cual se pretendía establecer una separación entre literatura y vida. Proust sí encuentra en esa brecha un sentido de experiencia auténtica y he aquí una de sus principales diferencias con el autor noruego, cuando escribe: “La verdadera vida, la vida por fin descubierta e iluminada, la única vida por consiguiente plenamente vivida, es la literatura”.
Un discurso siempre tiende a tener un mayor contenido que la extensión de su forma, y es en ese crecimiento intempestivo de libertades y significados donde radica la mayor virtud de Knausgård, un escritor vivo y valiente cuya lectura es estimulante y necesaria.