El 23 de noviembre de 1888, el periódico vespertino británico The Pall Mall Gazette lanzó una pregunta que despertó la reflexión de sus suscriptores: ¿Quién ha sido la mujer más célebre? Una de las condiciones para responder era que no se podía elegir a alguien que valiera únicamente por su cercanía con la monarquía o por su belleza. El rotativo dividió la nominación en dos apartados: mujeres de acción y mujeres intelectuales. En la primera sección se incluyó a Semíramis, la reina Ester, María Teresa I de Austria, Catalina la Grande, Isabel la Católica y Juana de Arco. En el segundo se encontraban Madame Roland, partidaria de la Revolución francesa, Margaret Fuller, periodista y defensora de los derechos de la mujer, y las escritoras Madame Staël, Safo de Lesbos, George Sand y George Eliot:

“Las tres reinas modernas, si no sobrecargadas de escrupulosidad, poseían el don de gobernar, y fueron preeminentemente exitosas en llevar a cabo sus planes y moldear la historia de sus súbditos. Sin duda, Semíramis es una persona que el individuo promedio no la encuentra muy interesante, pero el hecho de que, a pesar de la neblina en la historia asiria, su nombre ha vivido durante cuatro mil años, le otorga un lugar muy singular entre las mujeres que han gobernado el mundo. (…) La reina Ester porque salvó a los judíos de la masacre, tan acertadamente como Juana de Arco salvó a Francia (…). Además, no posee elementos sobrenaturales como otras mujeres en la Biblia. (…) Probablemente no muchos discutirán que Safo fue la gran poeta de la antigüedad”.

Aunque se señaló que sólo había una inglesa entre las primeras elegidas, se indicó que Inglaterra no había tenido más mujeres que se pudieran comparar con las mencionadas y que no era obligatorio integrarlas sólo por sentimentalismos nacionalistas. La intención final era configurar una lista de las 12 mujeres más importantes en la historia.

Más tarde, The Pall Mall Gazette dio cuenta de varias quejas. Algunas lectoras remitieron sus propias reflexiones sobre la propuesta: “Me atrevo a dudar de si la celebridad es una prueba de grandeza en una mujer”. Otras objetaron la participación de Semíramis por considerarla un mito, de la reina Ester se pusieron en duda la valía de sus hazañas y a Juana de Arco se le acusó de fanática religiosa.

Además, ante los reclamos, los editores decidieron añadir a Jane Austen, a las hermanas Charlotte y Emily Brontë, a Maria Edgeworth, a Florence Nightingale, a Mary Somerville, a Catalina de Siena, a Cleopatra y a la reina Elizabeth, entre otras. Una encarnizada lectora defendió a ultranza la postulación de la Reina Virgen: “Pienso en su gran sensibilidad y sacrificio cuando se rehusó a contraer matrimonio. Su hermana, María Tudor, y su prima, María Estuardo, hicieron lo posible por oponerse a su reinado. (…) No compartió las alegrías de una esposa y una madre, o no habría hecho comentarios tan tristemente amargos sobre el nacimiento del hijo de la reina de Escocia. Ella sintió profundamente el contraste, pero fue lo suficientemente firme para llevar a cabo la política en la que creía sin interferencia de un esposo”.

La encuesta se resolvió en una semana, con un resultado sorpresivo: Juana de Arco fue la vencedora. Un año después, al mismo tiempo que se rumoraba que Sarah Bernhardt protagonizaría en el “West End” la obra de Jules Barbier dedicada a la mártir francesa, la prensa mexicana ironizó: “Se ve, por el éxito del plebiscito, que los ingleses han cambiado ya de opinión respecto de la Doncella de Orleans”.

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