La vida del cineasta alemán Werner Herzog ha estado marcada por la transgresión. En su autobiografía "Cada uno por su lado y Dios contra todos" da cuenta de la pobreza y los múltiples oficios que debió ejercer en su juventud para sobrevivir, de su autodidactismo, del nacimiento de su vocación artística, de su sentido de la aventura, de su fe en el arte y la temeridad que caracteriza su trabajo.
En las páginas iniciales se refiere con crudeza a las peripecias que vivió con su familia después de que debieran mudarse de Múnich a un pequeño poblado en la demarcación con Austria, donde tuvo que pasar varios veranos descalzo, sin agua corriente, con apenas una letrina para el uso común y un catre de madera, aprendiendo a ordeñar y pescar sólo con las manos, luchando todos los días para poder llevar alimento a la mesa. Cuando su madre aseguró que ofrecería su carne para que sus hijos pudieran saciarse, él y sus hermanos aprendieron a no volver a quejarse. “La cultura del lloriqueo me resulta aborrecible”.
Ejerció, entre otras labores, las de vigilante y soldador y, una vez que obtuvo una beca para estudiar cine en Pittsburgh, decidió aventurarse a cruzar la frontera hacia México, donde se enlistó en un rodeo y se dedicó al contrabandismo al menudeo transportando mercancía entre ambos países. Llegada la década de los 60 comenzó a hacer películas, asumiendo que cada una de ellas “era la última que dirigía”. Su obsesión por la originalidad lo llevó a filmar en sitios tan disímiles como glaciares, junglas, cárceles e, incluso, volcanes, casi siempre con un presupuesto muy limitado.
Una de las anécdotas que mejor perfila su intrepidez es la que involucra a su pasión por la caminata y su admiración por Lotte H. Eisner, una de las primeras mujeres críticas de cine en Europa. Cuando Herzog se enteró que Eisner estaba internada en París moribunda, emprendió un viaje a pie desde Múnich hasta la capital francesa, convencido de que si lograba semejante proeza —caminar más de 770 kilómetros, llevando poco equipaje y alimentándose únicamente con lo que le ofrecían en el trayecto— su amiga sobreviviría. Los acontecimientos de aquellos 22 días de travesía constan en un libro inusual e íntimo que lleva por título "Del caminar sobre el hielo".
Entre los temas centrales de su trabajo está la pregunta por la verosimilitud, es decir, si un acontecimiento ocurrido en la realidad puede ser trasladado íntegramente a la pantalla grande. Herzog encuentra en el documental el formato para analizar este cuestionamiento, llegando al postulado de que “la verdad no tiene por qué coincidir con los hechos”. Al respecto, también comentó: “Yo siempre veo la verdad como una actividad, un intento de aproximación, no como una estrella fija en el cielo”.
Una de sus películas más importantes es "Fitzcarraldo", la cual relata la historia de un hombre obsesionado con la ópera, cuyo delirante objetivo consiste en construir un teatro en la selva. El momento central del filme llega con una sola imagen, que yace en el interior del protagonista y logra expresarse de manera contundente como el símbolo de su vida: “He perseguido esas imágenes en toda mi obra, como es el caso del barco de vapor arrastrado por una montaña, la metáfora principal de 'Fitzcarraldo' que es una gran metáfora, pero no sé decir de qué”.
"Cada uno por su lado y Dios contra todos" es un libro solvente, apasionado, que nos remite al espíritu incansable de un artista dispuesto a desafiar todos los límites.