El sábado 22 de febrero de 1975, Alberto Gironella organizó una especial celebración por los 75 años de Luis Buñuel. La cita se pactó en la Galería GDA, perteneciente a Giorgio D’Angeli y su esposa.
Buñuel no era de fiestas y ya había rechazado un homenaje del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Aunque todavía se mantenía activo y equilibrado, “por el pudor de la edad, no me exhibía en traje de baño en las piscinas, viajaba cada vez menos y empezaba a sentir verdaderamente la vejez”. A pesar de ello, aceptó el festejo de Gironella por la amistad que los unía. “Con el tiempo llegó a ser el mejor amigo que he tenido. Nos reuníamos solos y hablábamos de literatura, nunca de cine”, afirmó el pintor sobre el director. Para Buñuel: “Gironella era todo. Era España, era la República, su padre, su madre, su historia. (…) Era el más español de los españoles”.
Gironella puso su empeño en que fuese un evento privado, pero cometió “la imprudencia de invitar a esa tumba que se llama Carlos Fuentes. Con la discreción que le caracteriza, se lo dijo a todo el mundo y de reunión íntima se convirtió en un enorme festín”.
El convite conjugó el genio y locura de Gironella y Buñuel, la decoración lucía obras del pintor, por ejemplo: Festín de Buñuel, que consistía en una mano saliente de la pared, Buñuel filmando, La puñalada trapera, una serie de escenas de la cinta La ilusión viaja en tranvía, colocadas como retablo y donde el director aparece con un puñal atravesándole el corazón. Por supuesto, el surrealismo se hizo presente: “Llegaron a la galería los borregos vivos de El ángel exterminador —eran parte de la instalación que nos recordaba un momento de sus películas—; estaban en un corral. Había una caja con hormigas que trajo Carlos Velo, su amigo espeleólogo; también otro objeto, un retrato de Franco; detrás, una tela de gallinero. La virgen de los tuétanos, una mezcla de huesos de tuétano colgados y una muleta que es una imagen constante de las películas del español. El infierno de los músicos, a partir de una imagen de la película Viridiana, retomada por los Rolling Stones y retocada por el artista con un marco de corcholatas que tenía una ofrenda de guitarras rotas y una piel de oveja. El retrato de Buñuel como obispo, collage casi natural.”
Asistieron personalidades y amigos cercanos: Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Alejandro Jodorowsky, Carmen Parra, Roberto Matta, quienes no desentonaban con el montaje surrealista del lugar, por el contrario, aderezaban el ambiente con realismo mágico.
El menú, inspirado en Viridiana, consistió en cochinillo, tortilla de patatas y vino tinto. Los lechones fueron servidos completos, recordaban más a viandas medievales. En algunas fotos se ve a Buñuel, cuchillo en mano, arremetiendo contra la cena. El menú, cocinado en “El Mesón del Cid”, fue patrocinado por Rodolfo Landa, quien también llevó a los borregos. Otra de sus misiones era conseguir pianos de cola y “burros muertos (…) pero no gozaron de la venia del Departamento Central”.
Héctor García se encargó de fotografiar los sucesos de la noche, de tal suerte que se puede apreciar a Gironella posando con lechones o jugando con las muletas de su propia obra. Varios cargaron a los animales entre extrañados y divertidos por la presencia de los ovinos: “Los cargábamos como peregrinos de ese gran espectáculo, de ese happening que fue un festín completo en lo que todo era un referente a la obra y vida del calandino”, señaló Carmen Parra. Otra escena memorable fue cuando Gironella despedazó una guitarra frente a todos. José de la Colina comentó: “Hizo aquello para que Jodorowsky no presumiera de haber destruido un piano en público”.
El cineasta pensaba: “Es extremadamente quisquilloso, susceptible, y nada más peligroso que un mexicano, que te mira calmosamente y te dice en voz dulce, porque, por ejemplo, has rehusado beber con él un décimo vaso de tequila, esta frase siempre temible: —Me está usted ofendiendo. En tal caso, más vale beber el décimo vaso”. Así en la mayoría de los retratos se puede ver a los concurrentes con una copa en la mano y, algunos, con un puro en la otra.
La conmemoración se acercó más a un “performance” que a una merienda por un onomástico. No se podría esperar menos tratándose de sendos artistas. Para Buñuel fue una celebración a la medida de su genio y cabal para quien solía preguntarse: “¿Cómo distinguir lo superfluo de lo indispensable?”