El éxito de la lucha estudiantil que culminó con la autonomía universitaria en 1929 se le atribuye a nombres como Alejandro Gómez Arias, Mauricio Magdaleno, Salvador Azuela, Adolfo López Mateos, ente otros, relegando al olvido el papel que muchas mujeres tuvieron, siendo una de las más destacadas María de los Ángeles Farías y Balleza, una joven de talante combativo.

Nació en 1912 en el seno de una familia de escasos recursos, por lo que desde muy temprana edad se vio obligada a buscar sustento. Así, optó por una carrera técnica e ingresó a la Escuela Corregidora de Querétaro, plantel de carácter industrial para señoritas.

De tez apiñonada, ojos grandes, profundos y oscuros al igual que su cabello, la joven, de belleza sencilla, resaltaba sus cualidades naturales con pequeños detalles como un par de pendientes, los labios colorados y las cejas cuidadosamente delineadas. Contrario a lo que demuestra el testimonio fotográfico de la época, Magdaleno la recuerda como una muchacha “morenucha, (de) 17 o 18 años (a quien) lo único que la agraciaba eran los ojos, mexicanísimos, oscuros y húmedos y así de grandotes. Vestía tan pobremente como nosotros y con un descuido poco femenino”.

María fue una víctima más de las bromas estudiantiles y desde un principio fue bautizada como “Febronia”. Roberto Atwood recuerda el origen del mote: “Se le decía ‘Febronia’ como se le decía también a Baltasar Dromundo ‘Febronio’, que eran los tipos que sin ser estudiantes siempre andaban con ellos”.

En la huelga de mayo de 1929, María tuvo una destacada actuación. Se le podía ver “en la Preparatoria, cuna de su fama, y por la Facultad de Derecho y también por Medicina y por San Carlos, y aun llegó a Ingeniería, en las calles de Tacuba. Aunque no nos atrevemos a confirmar (que) llegara a tanto como hasta Tacuba, el pueblo, y a las aulas de Ciencias Químicas”, según Ricardo Cortés Tamayo.

Dada su juventud, tuvo mayor afinidad con “las Jijas”, un beligerante clan integrado “por una docena de chamacos (…) a los que en vano tratábamos de impedir que se echasen a la calle. De tanto regañarlos, aprendimos sus nombres: Bonifacio Moreno, Enrique Ramírez y Ramírez, Raúl Calvo, Juan Madrid, Rodolfo Dorantes y Bernardo Félix Ruiz”.

Según recordaría la propia María, años después, en una entrevista “el 23 de mayo bien pudiera ser conmemorado por los estudiantes de nuestro país como la fecha en que un grupo de muchachos indefensos y deseosos de salvaguardar los intereses colectivos, dieron un formidable ejemplo de civismo a las fuerzas armadas del Gobierno, que fueron (a) atacarlos en su propia escuela, como si se tratara de un grupo de malhechores”.

Asimismo, en el recuento de ese histórico momento, mencionaría que los bomberos arribaron a dispersar con violencia una reunión pacífica que se celebraba en la Escuela de Jurisprudencia. Derivado de esto se citaría a una reunión urgente en el Salón de Actos de Medicina a la que llegarían, una vez más, los bomberos, ahora acompañados de un pelotón de soldados armados, que comenzarían a disparar a los estudiantes.

Pasadas dos horas de iniciada esta situación, el doctor José Manuel Puig Casauranc se presentó en la Escuela de Medicina para arengar a los muchachos a que efectuaran la manifestación que tenían proyectada. Mientras se dirigían a la redacción de EL UNIVERSAL, el batallón de bomberos comenzaría a bañarlos con sus mangueras y a propinar golpes; ella, junto con otros estudiantes, lograría refugiarse y resultar ilesa.

Después de estos eventos, las autoridades cederían a las denmandas de los estudiantes, y la antigua Universidad Nacional de México se transformaría en la Universidad Nacional Autónoma de México, aunque para María este sólo sería un paso de otras batallas por venir.

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