A la par de la huida de Huerta, Emilia Trujillo sufrió una recaída que detuvo sus funciones. Su última obra fue La torre de oro, en julio de 1914. El panorama no era alentador, si en sus épocas de mayor producción necesitó del apoyo del gremio para salir adelante, fuera de las bambalinas y en la soledad ocurrió lo previsible.
El teatro no escapó de los cambios políticos de la época y el género de revista sufrió un revés al encontrar algunos detractores: “Por cuanto a los teatros de zarzuela poco me esforzaré por demostrar su inconveniencia, bastará señalar que (…) el llamado “género chico” se representa tan a lo vivo que vemos el alejamiento del público honesto y sólo alguna que otra persona decente (por ignorancia quizá) concurre a esos espectáculos. El creciente adelanto de la civilización trae apoyada la necesidad de espectáculos de este género y nada extraño debe parecernos su existencia y desarrollo, pero sí se impone su reglamentación prudente y adecuada. A este fin va encaminado mi propósito y por ello vengo a proponer a este H. ayuntamiento la clasificación de espectáculos: moral y de tolerancia”. Así, el mundo del espectáculo comenzaba otra época y La Trujis no formaría parte de ella.
El domingo 3 de enero de 1915 dejó de existir Emilia Esperanza Consuelo, posible hija natural de Rita Trujillo. Su deceso ocurrió a las 7 de la mañana en los altos del número 99 de la calle Estanco: “Falleció de tuberculosis pulmonar, la señora Emilia Trujillo, de Guadalajara, Jalisco, de 25 años, soltera, artista, hija se ignora de quiénes”, esta última sentencia hace imposible verificar su origen. En esa soledad, un tal Elías Cortés fue quien dio aviso sobre la muerte de la cómica. Sus restos pudieron quedar en el panteón Dolores, ya que en el acta se dio pase para ese camposanto.
Con dos días de retraso y en un par de párrafos de un suelto se anunció su deceso: “La Trujis, como la llamaban sus amigos, ha dejado de existir. Bajó a la tumba embargada por dos dolores, fuertes uno, terrible el otro: el físico ocasionado por la traidora enfermedad que la llevó al sepulcro y el moral que le causaron sus compañeros de arte, quienes al verla enferma y próxima a sucumbir la abandonaron por completo. Emilia siempre fue para los cómicos una verdadera hermana, con ellos fue espléndida y dispendiosa y de ellos fue la eterna explotada y los cómicos jamás correspondieron al cariño y a las dádivas de la artista. Los gastos del entierro de La Trujis fueron costeados por un conocido industrial, pues los artistas amigos y compañeros de la extinta se hicieron los desentendidos. Feliz ella que dejó para siempre este mundo donde moran la ingratitud y la miseria”.
Tal vez esta recriminación a la comunidad artística movió a su conmiseración, pues un par de semanas después, se comunicó una puesta en escena en su honor: “Hoy viernes en la noche, se celebrará una función especial en el Teatro ‘Manuel Briseño’, organizada por los señores Joaquín Pardavé y José M. Remo, destinándose los productos de ella para levantar un monumento sobre la tumba que guarda los restos mortales de la artista mexicana Emilia Trujillo; la función está patrocinada por María Conesa”.
Pasado el tiempo, los críticos la reconocieron con las siguientes palabras: “Tenía mucho talento, una bellísima voz (…) y gran facilidad para repentizar y meter morcillas. Sólo que le faltó ambiente para triunfar y la mató el medio”. Hoy habita el recuerdo de contados mexicanos, pero en cada interpretación de la mujer alegre y popular hay un eco de su existencia.