Entre los restos que descansan sobre las calles de la Ciudad de México, en la actual República de Brasil, se encuentra la estructura del teatro María Guerrero , llamado así en honor a una actriz española. El público recompuso el nombre y lo bautizó “María Tepaches”, dada su repertorio subido de tono y la gran cantidad de expendios, que había en la zona, de esa bebida mexicana. El lugar fue cuna de actrices que, al igual que sus escenarios, están sepultadas en las páginas de la historia, como es el caso de Emilia Trujillo, o la Trujis, diminutivo con el que era anunciada en carteleras.

Los historiadores teatrales no han podido descifrar ni el origen de Emilia ni su destino final. Tampoco tienen certeza de que aquel fuera su nombre real, a pesar de que fue una de las artistas más populares de finales del porfirismo.

Tras ciertas investigaciones, pude averiguar que nació alrededor de 1890. Se tiene por cierto que era tapatía; ya que desde muy niña conquistó los teatros de Guadalajara, a donde asistía con la vigilancia de su madre, aunque, una vez que dejó el terruño, no se volvió a saber de ella. A principios de septiembre de 1904, ya en la capital, trabajó para los hermanos Lelo de Larrea, dueños del famoso María Tepaches , y debutó con la zarzuela El rey que rabió.

Algunos roces con los empresarios la obligaron a buscar fortuna en el interior del país. Los viajes por diferentes estados animaron su fama. En 1905, en Veracruz , se aseguró: “La tiplecita (…) ha entrado muy de lleno y muy hondo en el cariño del público veracruzano; en el papel de Antonieta, su timidez y su candor, de mayor mérito cuanto que artísticamente bien fingido, revelan aptitudes de buena cepa para la labor cómica”. En Zacatecas se suscitó el cotilleo debido al rumor de que una de sus compañeras de zarzuela le había robado un reloj de oro. La prensa de inmediato puso su lente en el asunto y, aunque todo resultó en un malentendido, la mayoría optó por defender a la Trujis.

En Guaymas le ocurrió uno de los episodios más emotivos debido a su personificación de la mujer de barrio. Entre bastidores se encontraba una pequeña de seis años, quien, al ver a Emilia en el escenario, comenzó a imitar sus ademanes y tonos. El director, al notar el talento de la niña sugirió que, en la siguiente presentación, la pequeña tuviera la oportunidad de parodiar a la Trujis. El público ovacionó más a la menor que a la propia Emilia, incluso pidió la repetición del acto sin la actriz. La chiquilla no era otra que Amelia Wilhelmy , quien tomó, desde aquel entonces, a la tapatía como estandarte hasta consolidar a su personaje más conocido en la dupla de la “La Guayaba” y “La Tostada”.

En 1909 regresó a la capital y Emilia encontró más empatía en el elenco del María Guerrero, encabezado por Leopoldo Beristáin, donde encarnó al que después sería el estereotipo de mujer de arrabal amante de las copas, que hizo de la ebriedad una gracia. Su personaje no sólo sirvió a Wilhelmy, también inspiró a Lupe Rivas Cacho , y generó una escuela dentro de nuestra comicidad. La sátira donde nació el personaje de “la borrachita” fue México nuevo, estrenada en junio.

Para la crítica, la voz de Emilia era uno de sus atributos más destacados y la joven se caracterizó por sus atrevidos cuplés. No obstante, además de encontrar en la cartelera obras en que participaba, su nombre empezó a ser el encabezado de funciones de beneficencia, pues una terrible sombra acompañó su éxito. La tuberculosis comenzaba a mermar su salud.

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