Frente a la figura de Ireneo Paz, y al trasnochado agrarismo de su padre, poco resaltan los parientes maternos de Octavio Paz. Pese a ello, la historia de la ascendencia española del poeta no está exenta de peripecias. Prueba de lo anterior es la vida de su tío abuelo José Lozano Candón, quien nació en un pequeño y caluroso pueblo blanco de la provincia de Cádiz, cuya suerte errática y mala cabeza lo llevaron a dilapidar sus negocios. El primero de ellos fue la bodega de jerez y otros vinos “Lozano y Cía”, empresa que montó con su hermano Emilio, abuelo del poeta.
La comarca andaluza tenía numerosos locales del mismo ramo, y la competencia y los conflictos no tardaron en oponerse. En ese tenor, los hermanos Lozano fueron acusados de apropiación intelectual por comercializar la marca “Tío Pepe”, que supuestamente pertenecía a la casa “González Byass”.
El jerez “Tío Pepe” gozaba de cierto prestigio fuera de España, en México ya era reconocido, y José quiso probar suerte en la capital mexicana, a la que llegó en la última década del siglo XIX. Emilio se apresuró a alcanzarlo. Juntos continuaron con la comercialización del licor. La prensa nacional dio cuenta de su arribo: “dedicada principalmente a la exportación de aquellos afamados vinos y a la fabricación de aguardientes —casa que representan en esta capital los señores Lozano hermanos— ha tenido la atención de obsequiarnos con algunos regalos que agradecemos por lo que significan y lo que valen. (…) No hay que olvidar que modernamente el comercio debe no poca parte de sus triunfos parciales a esa novísima forma de anuncio, mediante la cual resulta el cliente convencido por la generosidad del donante. Que consigan este resultado en México los simpáticos hermanos Lozano, deseamos de todo corazón”.
La ambición de José lo llevó a forjar nuevos vínculos comerciales sin la participación de Emilio; en 1902 “El puerto de Cádiz”, propiedad de la naciente sociedad “Lozano e Iglesias,” fue anunciada con entusiasmo: “Ha sido inaugurado en el Hotel del Jardín, sitio en la calle de la Independencia 1 de esta capital, un establecimiento abierto por Lozano e Iglesias para el comercio de frutas, pescados y mariscos frescos, que reciben diariamente de los puntos productores (…) y extendiendo su negocio a otros artículos tan solicitados como tabacos, cigarrillos, mantequillas, vainilla de Papantla, licores, vinos finos, quesos, conservas del país y americanos. Tan completo surtido, agregado a lo selecto de las clases y moderación de precios, asegura a los señores Lozano e Iglesias rápida y positiva prosperidad en el importante ramo comercial que han emprendido”.
Un par de años más tarde el giro se amplió y se inauguró el “Vista Alegre”, la nueva promesa de los Lozano: “Es de justicia que consagremos un suelto encomiástico a la preciosa instalación de cantina que hace pocos días abrió sus puertas al público en la avenida de San Juan de Letrán, número 7, con el título que sirve de cabeza al entrefilet. Mas parece el establecimiento de referencia un elegantísimo café o uno de esos saloncillos de reunión, tan del gusto de los consumidores que saben apreciar lo confortable y lo seductivo”.
Pero un desastroso incendio y la malversación volvió a interponerse con la prosperidad. Pronto a José le llovieron demandas por incumplimiento de pago por préstamos. Sus empresas fracasaron y no tuvo ni para cubrir los honorarios del juicio por la liquidación de sus sociedades. De España también le llegaron noticias poco afortunadas y enfrentó cargos de propiciar la quiebra fraudulenta de algunas bodegas en Jerez y evitar así el cobro de deudas. Este conflicto había comenzado en 1898, pero su captura y extradición se ordenó en 1907, y dio inicio a uno de los primeros expedientes de esta naturaleza de que se tiene noticia entre nuestro país y el gobierno ibérico. Al final, la solicitud fue negada por Porfirio Díaz. Durante el procedimiento legal se encontraron otras actividades comerciales de José, como inversiones en la “Minera La Esmeralda” y en la “Cantina El Fénix”, las cuales perdió por no estar al corriente con sus pagos.
Sus calamitosos procederes lo siguieron hasta el 23 de julio de 1909, cuando el tío Pepe falleció. Sus restos se encuentran en el Panteón Español, parcialmente abandonados, ya que su esposa e hijo regresaron a su tierra natal.