Sin importar la derrota del partido conservador, El Tigre cobró nuevos bríos y realizó embates en contra de Pedro Ogazón, gobernador de Jalisco, por el dominio del territorio nayarita, aunado a sus constantes enfrentamientos con el general Ramón Corona. En estos encuentros, el forajido quemaba asentamientos y asesinaba pobladores, de acuerdo con su costumbre, a cuchilladas. Aunque siempre sostuvo que luchaba por el bien de la comunidad indígena, su atrocidad provocó el rechazo incluso de varios de sus seguidores incondicionales. Sólo el clero perdonaba sus acciones, porque ante todo el de Álica era católico devoto.
El presidente Lerdo de Tejada estaba decidido a poner fin a la impunidad del noroeste. Lozada se manifestó en abierta rebeldía contra el mandatario al proclamar el Plan libertador de los pueblos hermanos de Nayarit y asumir el generalato en jefe del Ejército mexicano popular restaurador, el 17 de enero de 1873. El primer y único paso del Tigre en esta faena fue intentar tomar Guadalajara. En su camino al desastre tuvo varias derrotas y sus maltrechas huestes cada vez eran menos amenazantes. Pero su reputación de sanguinario seguía incólume.
El avance de sus ejércitos se detuvo en Zapopan, cerca del rancho de la Mojonera, debido a que las fuerzas federales se hicieron presentes. Eran las ocho de la mañana del 28 de enero, el frío del paraje entumecía las voluntades, pero Corona no dudó en sitiar a su presa. Por poco más de cuatro horas, las militares hostigaron a sus combatientes. El ufano general redactó su parte: “(Lozada) intentó un vigoroso asalto sobre las posiciones que ocupaba la brigada de vanguardia. Advertido esto por ciudadano general Flores, me manifestó la conveniencia que había de salir a encontrarlo cargando sobre él a la bayoneta, cuya autorización le di, (…) y cuyo fuego certero causaron grandes estragos en sus masas. Media hora después de esta carga, el enemigo había perdido toda su artillería, muchos prisioneros, multitud de heridos y muertos.” Lerdo envió cumplidos por la hazaña, pero Corona no estaba satisfecho del todo, pues El Tigre escapó en la refriega.
La sagacidad del nayarita le alcanzó para esconderse durante varios meses. El militar José Ceballos le seguía los pasos en franca cacería. El 19 de julio lo detuvieron en un sitio bautizado como Los Metates, su cuerpo desmejorado estaba ataviado con un sayal franciscano. Ceballos, sin dilación, ordenó su fusilamiento, y comunicó los hechos a Corona: “El feroz bandido murió con entereza y ferocidad, pues ya en momentos de ser ejecutado dijo que no se arrepentía de lo que había hecho en este Distrito y excitaba a todos a que siguieran ejemplo… fue tal su cinismo, que dijo que moría inocente, porque nunca había cometido un crimen, que todo lo que había hecho era por la felicidad de los pueblos, y que algún día conocerían la falta que hacía para el progreso de México”.
En el balance, para Jean Meyer, el verdadero objetivo del cora era “devolver la tierra a los pueblos y no dejar que nadie entre en el territorio; nadie: chinacos o conservadores, franceses e imperiales, los de Jalisco o de Sinaloa; nadie, y mucho menos el general Corona”. Sin embargo, la historia terminaría por condenar a Manuel Lozada a la desmemoria. Su nombre sólo se rescata en viejas canciones y algunos poemas, como aquel que reza: “Raza de ojos inmensos/ pedernal la mirada/ Hablan en jerigonza, tienen/ ritos extraños, / Pero Tipú Sultán, el tigre de/ Mysore,/ bien vale la pena Nayarit/ y su tigre de Álica”.