A inicios de 1914, en plena dictadura huertista, José Juan Tablada publicó “Hiroshigué: el pintor de la nieve y de la lluvia, de la noche y de la luna”, uno de los trabajos de temática orientalista mejor documentados de la época. En esta monografía el autor demuestra que poseía un gran conocimiento sobre la cultura japonesa, la cual pudo conocer de manera directa.
Además de la afición de Tablada por las estampas y pinturas japonesas, sus principales intereses en esta materia fueron los ensayos de arte oriental de los hermanos de Goncourt. Tablada reconoció esta influencia y se propuso continuar con su legado, puesto que Edmond de Goncourt había escrito dos estudios sobre los pintores “Utamaro” (1891) y “Hokusai” (1896), pero había dejado inconcluso el de Hiroshigué.
Así pues, durante uno de los periodos más turbulentos de la Revolución, Tablada editó un hermoso libro ilustrado destinado a convertirse en un objeto de colección. Si bien el tema resultaba bastante exótico, la imagen que Tablada ofrece sobre Hiroshigué se vincula con su posición de inspector de Bellas Artes en el gabinete de Victoriano Huerta.
En los primeros capítulos, el autor narra los estragos de un incendio en el barrio de Asakusa de Yedo en el que intervienen los “matoi” ─portaestandartes del cuerpo de bomberos─, de quienes exalta sus virtudes marciales: “La multitud los reconoció al punto; eran los matoi, los estandartes militares y esotéricos de dos nuevos equipos de hikeshi [bomberos] que acudían en tropel alígero, al sitio del siniestro. Éstos pasaron a su vez, raudos y fantásticos con sus trajes oscuros y sus faroles amarillos, enmascarados como por espesas bufandas y asiendo, entre otros útiles, largas picas con garfios al extremo”.
De entre los “matoi”, destaca la figura heroica de Ando Tokubei, “el mismo que más tarde sería el paisajista ilustre conocido con el nombre de Ychiriusai Hiroshigué”. La representación que se hace de este personaje tiene la finalidad de resaltar tanto la sensibilidad propia del pintor como la valentía y firmeza de un militar. De esta manera, Tablada vincula sus preocupaciones artísticas con los imperativos del régimen por enaltecer la formación castrense.
Desde un año antes, Tablada ya había establecido un símil entre el militar de Colotlán y los héroes japoneses en “La defensa social. Historia de la campaña de la División del Norte”: “Es que el general Huerta es un hombre de bronce [y] vienen a mi memoria las figuras de los héroes japoneses que han asombrado al mundo y cuyos rostros también sellan con estoicismo impenetrable las almas magníficas que se sabe si se exaltan hacia la luz sideral de empresas de titanes o se desploman entre las sombras de la catástrofe sin remedio”.
De esta manera, la exaltación de las virtudes artísticas y marciales de Hiroshigué se vinculan con las preocupaciones de Tablada. Al comienzo de su monografía, Tablada anuncia una serie de ensayos que esperaba publicar en los próximos meses. Una de ellas se titulaba “Aztecas y japoneses”, en la que, a juzgar por el título, buscó seguir ponderando la vida artística y militar.
Sin embargo, a los pocos meses de haberse publicado su monografía, las fuerzas revolucionarias derrotaron al ejército federal, por lo que Tablada y Huerta tuvieron que exiliarse. A pesar de que el “Hiroshigué” no logró reivindicar la imagen del dictador, este libro permanece como uno de los primeros y mejores ejemplos sobre arte japonés publicados en Hispanoamérica.