La historia del periodismo en México es en gran medida la documentación de los cambios que hemos vivido desde la Independencia. Valiosos periodistas, críticos y líderes de opinión han encontrado en el periódico un lugar para transmitir y debatir sus ideas con inmediatez y precisión. Antes del mundo conectado del Internet ya existía el periódico, las columnas de opinión, las crónicas y, por supuesto, las notas que, aunque breves, informaban y abrían el panorama nacional a los ojos curiosos que se posaban sobre el papel.
La discusión era latente y el pensamiento se ejercitaba a tal grado que los editores recibían constantes cartas de adhesión, desaprobación o crítica. Ese gesto, además de representar el deseo de escuchar y ser escuchado, de manera simultánea significaba que la lectura provocaba impacto. Teníamos, pues, medios informativos que generaban algo más que indiferencia o desconfianza.
Cuando recordamos a los grandes periodistas mexicanos es natural que la nostalgia toque nuestras puertas. Sin el diario, José Joaquín Fernández de Lizardi no sería recordado como “El pensador mexicano”, o Ignacio Ramírez como “El nigromante”. No es ninguna exageración decir que grandes prosistas del siglo XIX cultivaron el periodismo y lo llevaron a un nivel difícil de igualar. Así, la precisión, la investigación y la profundidad de algunos comunicadores del pasado parecen cada día más lejanas. A veces olvidamos que también plumas más cercanas, como las de Jacobo Delavuelta, Jorge Piñó Sandoval, Cube Bonifant o el mismo Julio Scherer pasaron también por los diarios.
Algo ha ocurrido con el periodismo, pues hoy en día es fácil encontrar notas que no informan, columnas donde nadie opina. Parece que el reino de lo efímero ha afilado sus fauces y somos víctimas de un periodismo descafeinado, sin ninguna intención de trascender, con miedo a preguntar y a responder. En algunos casos, me temo, se trata de una crisis de formación en nuestros comunicadores. Las carencias y el talento son dos atributos que no se pueden ocultar. Dicho esto, hay en nuestros días escritores que ejercen con la profesionalidad y el compromiso que los lectores se merecen, sin embargo, estos son la minoría y cada vez es más difícil encontrarlos y apreciar su trabajo.
¿Dónde quedaron las voces críticas? Francisco Zarco dijo sobre su propia labor: “Sabemos que nada es un periódico si no representa una opinión; creímos que el nuestro representaba la opinión oprimida y que era conveniente que día a día se presentara al gobernante con la mordaza en la boca [...] hemos tenido que sufrir, y sin embargo perseveramos porque creíamos que era útil un periódico que reducido al silencio no incensaba a los ídolos de barro…”.
¿Alguien podría publicar algo así en nuestros días? Centremos nuestra atención en la profundidad y el detalle que encontramos en los medios: considero que nuestra historia periodística demanda mejores protagonistas, editores con criterio y autores que miren más allá del encabezado y la fotografía que acompaña la nota.
Me pregunto cuál es la semilla de esta crisis y hasta dónde crecerán sus ramas. Tal vez el peligro de opinar en el México contemporáneo sea el síntoma y la enfermedad. Es ilusorio creer que la dinámica social no está asfixiando a las voces críticas. De esta forma, el periodista está dividido entre el deseo de informar y las dificultades para hacerlo.