El 28 de octubre se cumplieron 114 años de la fundación del Ateneo de la Juventud, una institución que se conformó como un grupo de intelectuales que dirigirían la cultura mexicana durante los albores del siglo pasado. Con miembros tan insignes como Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso, entre otros, la agrupación gozó de vida por cerca de cinco años.

Hoy en día, donde muchos científicos tienden a ignorar a las bellas artes y los humanistas difícilmente toman en cuenta las metodologías de la ciencia, es difícil pensar en el surgimiento de un nuevo Ateneo. Sin embargo, hay algo que recuperar en este ímpetu de no ser ajenos a ningún ámbito del conocimiento humano. Recordando las palabras de Blaise Pascal: “Las mentes aburridas no son intuitivas ni matemáticas”. Repasando su legado, este grupo nos dejó las siguientes máximas:

I- La lectura ejercita todas las facultades del pensamiento: Repasar las obras de estos pensadores nos da noticia de que la lectura fue lo que los hizo madurar intelectualmente y criticar de manera contundente a los rígidos esquemas del positivismo porfirista; los libros no sólo dan referentes, sino que nos obligan a confrontar teorías y preconcepciones.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

II- Es fundamental leer de fuentes diversas: En el grupo se discutía tanto literatura latinoamericana como europea, tanto filósofos como poetas. Diversificar las fuentes nos hace más hábiles en la selección de buenos textos y nos ayuda a escoger aquellos que realmente ofrecen elementos valiosos.

III- Es importante leer tanto autores actuales como antiguos: El Ateneo leía a Platón, Bergson, a Nietzsche, a Poincaré. Esto significa que sus miembros entendían las bases del pensamiento occidental sin dejar de lado las aportaciones de sus contemporáneos. La ciencia y las letras no estaban confrontadas en este espectro, pues, leer de modo amplio en términos geográficos y temporales, brinda un abanico de textos que, tomado en conjunto, nos permite analizar el mundo.

IV- Los grupos de lectura afinan la crítica: Es indudable que la creación de espacios para la lectura en común fue clave para ellos. Leer en grupo nos expone al pensamiento ajeno, así como a la oportunidad de discutir con otras personas. La recepción se vuelve más profunda y un diálogo en distintos niveles: no sólo se yuxtaponen las ideas propias con las del autor, sino que nos hace participar en una comunidad de lectores con sus perspectivas al respecto del texto. Las charlas, acuerdos y hasta polémicas que surgen de estos ejercicios refuerzan el pensamiento crítico y desarrollan una cultura de pluralidad.

La ideología del Ateneo permearía a toda la cultura posrevolucionaria. La educación pública, los murales, las revistas literarias, entre otras actividades, tomaron inspiración de sus ideales. Si bien la asociación duró muy poco, fue aquí donde se idearon los principios que darían pie a instituciones como la Secretaría de Educación, El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica.

En una época donde se castiga el pensar distinto, recordar a esta agrupación nos da un horizonte de lo que podría ser un ambiente heterogéneo de opiniones. Habitar un círculo cerrado donde todos piensan lo mismo es improductivo, es en la confrontación, siempre con respeto, con una voz contraria que podemos reafirmar, o corregir, nuestras ideas de una realidad cambiante. En palabras de Antonio Caso: “El hombre es una potencialidad… un boceto perfectible en un mundo en desarrollo”.

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