En 1907, Porfirio Díaz enfrentó una crisis diplomática que casi termina con nuestro ejército invadiendo Guatemala. La razón fue el magnicidio del expresidente Manuel Lisandro Barillas , en la capital mexicana.
El político extranjero de 63 años poseía un turbulento pasado. Nacido en Quetzaltenango, heredó de su padre la tradición castrense y desde su juventud ingresó al quehacer militar, distinguiéndose en la Revolución Liberal de 1871. Este movimiento logró la libertad de difusión de las ideas y de culto, así como la destitución del presidente en turno por Justo Rufino Barrios. Barillas consiguió ascensos como premio a su participación, y en algunos años esto le permitirá alcanzar el poder ejecutivo.
Durante su mandato, Rufino Barrios se enfocó en materializar uno de sus ideales más ambiciosos: la unificación de Centroamérica. Su plan buscaba reunificar a los territorios que durante la Colonia existieron como un solo reino: Chiapas, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Para lograr este gran objetivo, una de las cosas en las que se enfocó fue que México le devolviera los territorios del sur. Desde la época de Antonio López de Santa Anna , los límites fronterizos entre los países habían estado en conflicto, sin que se llegase a una resolución.
El reclamo guatemalteco había estado presente en la prensa local. “El Diario del Hogar” de 21 de julio de 1882 había retratado con humor la dificultad de comprender el asunto: “he venido a convencerme de que entre la razón y la demencia no hay línea divisoria bien marcada, y que las fronteras entre el juicio y la locura son tan bien disputadas como los límites del Soconusco y Guatemala, y tan poco perceptibles que ni la audacia topográfica de García Cubas sería capaz de trazarlas”. Ante los primeros rumores de que Rufino cedía la disputa a cambio de una leve compensación, la opinión pública quedó confundida: “Nadie encuentra en qué pueda fundarse una pretensión tan extravagante, ni qué objeto tenga”, comentó “La Patria” de 3 de agosto.
Para octubre, a fin de lograr el apoyo del gobierno de Manuel “El manco” González , Rufino desistió de sus reclamos territoriales. Sin embargo, no alcanzó a ver una Centroamérica unida, pues sería asesinado tres años después en medio de una campaña militar.
Tras estos hechos, Barillas aprovechó la oportunidad y amagó al Congreso para que lo nombrara mandatario interino. De inmediato, viró el rumbo y se concentró en establecer una dictadura: realizó cambios legislativos, prolongó su gestión y detonó una serie de cambios que fueron vistos con beneplácito por Díaz, quien lo vislumbró como un aliado.
Algunos puntos en común pueden trazarse entre las políticas de ambos dirigentes: predilección por la educación europea; la búsqueda de grandes fuentes de capital; priorización de los sistemas ferrocarrileros; falta de transparencia; y represión violenta ante cualquier esbozo de oposición. Además, ambos se asumían como caudillos, que únicamente gobernaban porque el pueblo así se los demandaba.
Barillas concluyó su periodo presidencial en 1892, ya como hombre millonario y dispuesto a vivir como alcalde de su pueblo natal. Su sucesor, José María Reina Barrios —sobrino de Justo—, se convertirá en otro dirigente que continuó con esa manera de dirigir, por lo que su mandato se verá interrumpido a principios de 1898, cuando a las 8 de la noche, en la calle 8, frente a la casa número 8, sea asesinado. El suceso lo convertirá en el “Hombre de los trágicos ochos”.
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