Tras el fallecimiento de Paz sucedieron dos cosas en la vida de Marie José: primero, el lento final de la Fundación Octavio Paz, que se constituyó para intentar administrar su archivo. Esta situación se debió a la decisión de no otorgar la propiedad del acervo a la organización, en la que notorios millonarios vertieron cantidades ingentes de dinero. Marie José tomó el control, impidió su funcionamiento y terminó por disolverla. A la fecha, esta institución cumple veinte años como la Fundación para las Letras Mexicanas, una escuela de escritores con un objeto distinto al que originalmente estaba destinada.

La segunda parte de sus batallas fue el conflicto final con su hijastra. Paz, quien siempre vio por ella, le legó el usufructo vitalicio de la casa que había pertenecido a su madre. Aun así, tras su muerte, Helena declaró que apelaría el testamento, pues se sentía esquilmada. El pleito entre Marie José y Paz Garro se prolongó hasta que transaron ante un notario, y acordaron constituir un fideicomiso para sustituir el inmueble original por uno en Cuernavaca.

Conocí a Marie José tras la publicación de Octavio Paz: El misterio de la vocación. Ella estaba particularmente intrigada con la historia de Juan José Bosch, el camarada a quien el escritor le dedicó un elegiaco poema, quien no murió, incluso vivió más que Paz y nunca lo buscó.

No sé si fuimos amigos, pero mantuvimos un contacto constante. Mi relación me permite discrepar de lo que afirma Adolfo Castañón al respecto de su desconfianza con los abogados y notarios. A lo largo de las más de dos décadas posteriores al fallecimiento de su marido, Tramini firmó poderes, adjudicaciones, arrendamientos, compraventas e incluso entabló juicios.

Fui una especie de gestor para ella. Ante el abandono de la autoridad cultural, negocié los adeudos del departamento de Río Lerma, impedí el intento de despojo de su casa en la calle de Denver, conseguí un albañil que remodeló los daños que sufrió ese inmueble en el terremoto de 2017, lo que llevó a que apareciera arrumbado un cuadro de un niño, manchado por los orines de un gato, y que el abogado de Paz, José Manuel Valverde, quiso restaurar para darle la sorpresa a Marie José, lo cual nos valió su regaño —“¿Cómo creen que ese niño es Octavio, si no tiene los ojos azules?”— y las calumnias de un mediocre escritor, quien difundió el rumor de que pretendíamos apropiarnos de la pieza. Esa historia la cuento a detalle aquí: https://zonaoctaviopaz.com/detalle_conversacion/138/el-inventario-de-la-casa-de-denver.

De lo que nunca la pude convencer fue de que otorgara su testamento; sin embargo, en los años que pude platicar con ella, más allá de los recuerdos del poeta que siempre salían a la luz, ella se manifestaba como una férrea defensora del legado cultural de su marido. Viéndolo en retrospectiva, dadas las condiciones en que dejó el acervo y el descuido editorial en el que permanece la obra, quizás esa defensa hacia afuera, le impidió defenderlo de ella misma.

El hecho de que Marie José no dejara testamento no necesariamente da a entender que era su voluntad el que se lo quedara la beneficencia pública de la Ciudad de México, como hasta el momento ha sucedido; tenía y tiene parientes con derecho a heredar que convivían con ella.

Incluso varios vinieron a visitarla. Es muy probable que ella manifestara su voluntad al no manifestarla. Conociendo la legislación, al no decir a quién correspondía su patrimonio, implícitamente lo dijo: era para ellos.

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