La obra de Hannah Arendt se ha consolidado a lo largo de las décadas transcurridas desde su fallecimiento, acaecido el 4 de diciembre de 1975. Su vigencia y relevancia se manifiestan en la cantidad de ediciones y estudios críticos que se han publicado en diversas lenguas. Además del ya clásico “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal” (1963), al español se tradujo su obra ensayística completa y hace algunos años se editó el “Diario filosófico (1950-1973)” (Herder, 2018), una compilación de cuadernos que dan testimonio del germen y el desarrollo de su pensamiento.

En una entrevista de 1964 con el periodista Günter Gauss, Arendt relató cómo se interesó por la filosofía: “Desde los 14 años sabía que [la] estudiaría […]. Mi argumento era: ‘puedo estudiar filosofía o tirarme por la ventana’. Pero no porque careciese de apego a la vida. En absoluto. Necesitaba comprender, una necesidad presente desde una edad muy temprana”. Esta afirmación concuerda con la evolución de su itinerario intelectual plasmado en su “Diario”.

En las primeras anotaciones de éste, la autora reflexiona sobre la venganza, el perdón y la reconciliación, conceptos que después se concretaron en “La condición humana” (1958). Para tender un vínculo entre los apuntes y los trabajos académicos, es de particular interés reparar en la síntesis que se perfila en una nota inquietante de sus cuadernos: “El marxismo era el intento de hacerse con las nuevas preguntas utilizando los medios de la gran tradición. Por eso, la Revolución de Octubre era la gran esperanza del siglo XX y, de acuerdo con ello, el hecho de que este camino terminara en lo totalitario fue el desengaño fundamental de la época. […] La gran tradición misma condujo hacia ahí; por lo tanto, en toda filosofía política de Occidente tenía que esconderse algo fundamentalmente falso”.

Viñeta de Gilberto Adame
Viñeta de Gilberto Adame

En estos folios, que contienen las meditaciones surgidas a lo largo de 21 años, Arendt dialoga con un nutrido número de pensadores que no está limitado a su presente. Además de los nombres insalvables de Karl Jaspers y Martin Heidegger, se encuentran los de Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles, San Agustín, Hegel, Marx y Nietzsche. Destaca también la particularidad de que, bajo la forma de un apéndice, figura un cuaderno dedicado a Kant, compuesto en su mayoría por citas y reflexiones acerca de la ética y el fundamento del imperativo categórico.

Más allá del desarrollo y la constante revisión de sus conceptos filosóficos, Arendt revela su faceta poética. Resulta sorprendente encontrarse con un poema después de intensas cavilaciones que pueden hundir sus raíces lo mismo en el mundo griego que en el siglo XIX. Asimismo, se incluyen juicios literarios sobre Kafka, con quien la autora discute sobre el sentido de la experiencia histórica: “en el 'Proceso': no hace falta que lo tengas por verdadero, basta con que veas que es necesario […]. En el sentido de la opinión anclada en la tradición que hemos recibido, lo que es necesario es también verdadero”.

A la par de estas reflexiones, el “Diario” de Arendt permite ahondar en su personalidad. En una de sus páginas más entrañables, reconoce que no se ha planteado la pregunta por el sentido de la vida, debido a que ésta se mueve enteramente en un marco psicológico y se aleja de los fenómenos de la existencia humana. Así, nos encontramos con un testimonio íntimo y esclarecedor escrito por una de las mentes más destacadas de nuestra contemporaneidad.

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