A mediados de 2022, la editorial Porrúa sacó de sus prensas el tomo “Del alba al crepúsculo: Páginas de mi vida”, las memorias del jurista Sergio García Ramírez. A lo largo de 47 capítulos, el libro perfila su vida desde la infancia hasta su paso por cargos públicos de alta importancia, como lo fueron la entonces Procuraduría General de la República o su gestión como presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, siendo, con Héctor Fix-Zamudio y Eduardo Ferrer Mac-Gregor, uno de los tres mexicanos en haber ocupado ese puesto. Rompiendo con la tradicional opacidad con la que personajes importantes de la política abordan sus trayectorias, es refrescante la transparencia de estos episodios biográficos.

Los pasajes hablan de alguien que pudo establecer puentes entre la academia y la administración pública, con un ánimo reformador que no siempre fue correspondido por el sistema. Un episodio que demuestra esto es aquel que relata su labor como último director de la Penitenciaría de Lecumberri, donde trató con una perspectiva humanística a los presos y atendió las condiciones de miseria en las que llegó a verse la cárcel. No faltaron las desazones, pero el final de esta legendaria prisión iniciaría la renovación de la justicia penal en nuestro país, con García Ramírez como protagonista.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

Los demonios de la política no pudieron menguar ni la integridad ni la calidad de pensador jurídico que fue el autor. Secciones como la de su precandidatura presidencial en 1988 no se encuentran narradas desde el resentimiento, sino desde la lucidez de quien examina con rigor sus propios pasos. Los fracasos personales palidecían ante un contexto social más complejo que se iba entretejiendo. Con esa misma claridad pudo hacer un diagnóstico de nuestro actual panorama, en sus propias palabras: “Hoy el horizonte se ha poblado de nubarrones y malos presagios, que se disiparían si los numerosos y diligentes sembradores pusieran atención en los riesgos que corremos si alteramos la voluntad del pueblo, vengamos los agravios de nuestros opositores en un circo punitivo, mantenemos en vigilia la corrupción que nos abruma y cerramos las vías de la verdadera democracia”.

Recordar a don Sergio acaso ayuda a articular unas cuantas ideas al respecto de su partida el pasado 10 de enero. Como bien recuperó Ignacio Carrillo Prieto: “Su vida entera ha sido el esfuerzo sostenido por la concordia y la justicia, por la tolerancia y el diálogo, por la congruencia entre el decir y el hacer”. Es difícil, no obstante, ser congruentes enfrentando la ausencia de quien fuera nuestro maestro y nuestro amigo. Un hombre cabal y diligente opuesto a los homenajes.

En 2014 publiqué “Antología de Académicos de la Facultad de Derecho”, donde intenté guardar un registro de los grandes maestros que ha tenido mi institución. Sin esperarlo, apareció una reseña del doctor, donde expresó lo que quizá es nuestra primordial fortaleza, el ser “una Facultad que se ufana de su raíz —es decir, que no abandona la cruz de su parroquia— y al mismo tiempo abre sus puertas al mundo que nos circunda y se beneficia con él”, un voltear a ver la historia con afán de apertura. De aquí inició nuestra amistad, una que se permeó de sus lecciones.

Serán las futuras generaciones quienes consoliden el legado de Sergio García Ramírez. En lo inmediato, nos hará falta su voz guía en medio de los enredos de la vida pública.

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