En el intenso calor del municipio de Huatusco, Veracruz, nació, por primera vez, José Cipriano Ruiz Bello , el 16 de septiembre de 1906. Su acomodada posición marcó su rumbo y sus primeros pasos. Ya desde temprana edad, huérfano de madre, su vida se dividía entre lo sacro lo profano, en su juventud se le recuerda de mirada inquisidora, siempre con un chiste entre los labios, pero con donaire de filósofo.
Su vocación lo llevó a defender las leyes y lo justo, entró a la Escuela Libre de Morelia —cuna de seminaristas y juristas—, y comenzó a forjar amistades provechosas. Al concluir se trasladó a la capital, ingresó a la Libre y se hizo abogado. Con 28 años presentó su examen de aspirante notarial y aprobó por unanimidad, bastarían unos meses para que Cipriano llegara a la cúspide: el 15 de junio de 1935 obtuvo la titularidad de la notaría 17 de la Ciudad de México .
Los éxitos comenzaron a llover, no sólo presidió el Colegio de Notarios, también fundó la Revista de Derecho Notarial , y consolidó, así, la unión gremial. A nivel internacional, en 1948 participó en el Primer Congreso Internacional del Notariado Latino, celebrado en Buenos Aires, donde consiguió la vicepresidencia del Comité Permanente de la Unión. De este viaje, su colega Francisco Arias González concluye: “El Día Mundial del Notariado existe gracias a la propuesta que hiciera la delegación mexicana. En las memorias (…) se reseñan puntualmente todos los pormenores de la iniciativa (…) debida a la genialidad del notario (…) Cipriano Ruiz, quien la noche anterior al día de la asamblea de clausura, la pasó en vela redactando esta propuesta, que fue aprobada con una ovación de todos los asistentes puestos de pie”. Del otro lado, en Europa, estableció relaciones estrechas con los notarios españoles: “logró comunicar inquietudes, adelantos y aspiraciones profesionales del notariado mexicano” todo ello sin “regatear esfuerzos físicos ni económicos”, sus empeños le valieron el título de Notario honorario del Ilustre Colegio de Madrid. En sus palabras: “La función social del fedatario, al ejercer la delegación de fe que le confiere el Estado, es configurar el acto o el hecho con el derecho y la de dejar a los intervinientes, conocedores y seguros del alcance social y legal de dicha configuración; lo que sólo puede hacer un profesional del derecho: el notario”.
Pese a sus logros, Ruiz Bello tenía otros intereses: era un enamorado de los placeres vanos. Sus cercanos lo dibujan como “bohemio, rasgador de guitarra, (…) con una prestancia y un optimismo que eran muy contagiosos”. No era raro verlo en fiestas que se convertían en juergas, estrenando autos que, si bien eran producto de su trabajo, algunos más quisquillosos verían en él, además de avaricia, otros pecados capitales. Fue notario de personalidades de renombre, entre ellos Miguel Alemán , Ernesto Uruchurtu y Lorenzo Cué , y amigo de personajes controvertidos como el reportero Carlos Denegri, quien “hizo de la impunidad y el ‘chayote’ una forma de vida”. La memoria de Denegri conduce a la noche en que notario y reportero estrecharon manos: “Una fiesta que culminó, como todos esos agasajos, en un puesto de caldos de la lndianilla”, sin que alguien reparara en la hora ni en el día. Ambos se reencontrarían algunos años después, en circunstancias muy diferentes.
A finales de 1949, cercano a sus 44 años, Cipriano tomó una decisión que cambiaría por completo su existencia. En 1950 dejó en manos de sus hermanos Gabriel y Esteban sus problemas terrenales y partió rumbo a Roma, en busca de otros bienes que no se encontraban ni a su alcance ni en venta.