En el convulso recuento de nuestra formación como nación independiente, ocupan un lugar preponderante las continuas apariciones de la Guardia Nacional que, ni con sus diversos motes y modificaciones, ha logrado consolidarse como una institución eficaz y de carácter permanente. Así, una rápida revisión hemerográfica demuestra que este concepto no es una innovación del mandatario en turno y que ha sido objeto de fuertes controversias.
La estructura inicial de este cuerpo militar fue importada de los Estados Unidos e instaurada a partir de 1822 bajo el nombre de “milicia”; los ideales liberales y federalistas determinaron que la defensa nacional le correspondía al pueblo soberano. Tendría que ser la gente organizada quien nos protegiera en tiempos de crisis.
De esta manera, tras culminar su emancipación, México se encontraba en proceso de construcción, por esto, durante el reinado de Agustín de Iturbide, se expidió el “Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano”, que estipulaba la responsabilidad de todo ciudadano de “defender a la patria” en tiempos de necesidad. Más tarde, en la Constitución de 1824 se formalizó la integración de las milicias con una política muy cercana a la implementada en el vecino del norte. A partir de entonces y hasta 1835 surgieron estos cuerpos armados, casi todas las veces con alistamientos obligatorios bajo la pena de cárcel, que variaron en potencia y capacidad dependiendo de quien estuviera al mando.
A pesar de esto, la Guardia Nacional se integró a la historia jurídica de México un par de décadas después, en los proyectos constitucionales de 1842. Dicho cuerpo, se pensaba, serviría para la protección de cualquier amenaza externa y no recibiría las mismas garantías que el Ejército permanente, como el fuero; así, se volvía a los principios originales de temporalidad, regionalidad y prestación libre de servicio. Sin embargo, incluso si la idea fue concebida entonces, dichos cuerpos normativos no llegaron a ser aprobados.
Su siguiente modificación se hizo en 1846, en vísperas de la guerra con Estados Unidos, y surgió como un recurso desesperado para reunir fuerzas. La medida resultó contraproducente, ya que la recién creada Guardia Nacional, con las características plasmadas cuatro años antes, vio surgir en ella a la facción conocida como “Los Polkos”, la cual se levantó contra el mandato de Valentín Gómez Farías y obstaculizó el envío de recursos al puerto de Veracruz cuando las fuerzas armadas enemigas estaban a punto de desembarcar. Este evento mancharía la reputación de esta fuerza beligerante.
En 1853, cuando Santa Anna tomó el poder por última vez, los grupos políticos que lo circundaban se inclinaron por la creación de un ejército estable y sólido frente a la Guardia Nacional que, según ellos, había cometido abusos y, por lo tanto, había perdido toda legitimidad. Así que el 23 de abril de ese mismo año el Ministerio de Guerra giró un comunicado mediante el cual la suprimió.
Si bien la Guardia Nacional apareció una vez más durante la segunda intervención francesa, desde entonces, los siguientes gobiernos la convirtieron en un instrumento inoperante y desdibujado hasta su desaparición por el establecimiento del servicio militar obligatorio en 1940.
A la fecha, la Guardia Nacional ha sido reinstaurada, por lo que se vuelve importante dejar constancia de sus altibajos históricos y sus implicaciones. ¿Nos encontramos en una crisis nacional de proporciones tan grandes que el pueblo debe regresar a pelear por su soberanía?