En 1967, tras un accidentado historial de candidaturas, El Colegio Nacional al fin admitió a Octavio Paz como uno de sus integrantes. Ese mismo año, el poeta daría su discurso de aceptación y una serie de conferencias, lo cual se prestó para que Marie José visitara México por primera vez.

Durante su estadía en nuestro país, la pareja se instaló en el domicilio de la madre de Paz, Josefina Lozano—a la que su hijo tenía más de seis años de no ver—, ubicada en la calle de Denver número 39.

El viaje no estuvo exento de tensiones. Elena Garro había apelado el divorcio que Paz había tramitado en Ciudad Juárez en 1959. Si bien el embajador tenía la expectativa de ganar este procedimiento jurídico, existía la desconfianza de que el asunto se le saliera de las manos y resultara acusado de bígamo. Incluso, dado el carácter de Garro, Paz manifestó a sus íntimos su temor de que su exesposa se apareciera en la ceremonia de ingreso y desatara un escándalo.

Ángel Gilberto Adame (viñeta)
Ángel Gilberto Adame (viñeta)

En mi trato personal con Marie José, ella me narró una anécdota en la que Elena Paz Garro entró furtivamente (con detalle me contó que se brincó una cerca) a la casa en Denver para encararla. Lo que se dijo permanecerá como un misterio, pero lo cierto es que este fue el inicio de una relación de drásticos altibajos —que incluye penosos momentos en Estocolmo muchos años después—, marcada por una actitud en la que las Garro (madre e hija) denostarían de modo constante el origen argelino de Marie José con el epíteto de “pied noir” (pie negro).

Fuera de ese desencuentro, la experiencia de Marie José en México fue una revelación, no sólo conocería por primera vez a varios de los amigos que estaban deseosos de verla en persona, sino que descubriría un panorama geográfico y cultural que le sería impresionante: desde la posibilidad de ver juntas ruinas prehispánicas y arquitectura barroca, hasta los paisajes y cielos que encontraría en el viaje. En su recuento del recorrido a Jean-Clarence Lambert, fechado el 18 de noviembre de 1967, Paz escribe: “Pero lo más emocionante fue ser testigo de las reacciones de Marie José ante México, su descubrimiento del país, las gentes y el paisaje. Estuvimos en Oaxaca, Guanajuato y muchas otras partes”.

La impresión que dejó Marie José en los amigos de Paz era notable. Carlos Fuentes, quien la conoció en Roma, le dijo a Paz en una carta fechada el 11 de abril de 1966: “¿Quién es Marie-José? Sin duda, una revelación oculta, una luz liberada por su propia metamorfosis, una hechicera disfrazada para encantarnos impunemente: Circe nos conoce en nuestra posibilidad de lobo, ave de presa, león castrado y, ejecutora del rito, se transforma al tiempo que transforma, para mantener el paralelismo desafiante de la realidad y la creación”.

Max Aub, tras encontrarse con los Paz Tramini en México, escribió en su diario: “Octavio Paz, rejuvenecido. ¿Tendrá uno siempre la edad de su mujer?”

El vitalismo de Marie José sería un tema recurrente en las memorias de las amistades del matrimonio. Un año más tarde, Julio Cortázar junto a su entonces esposa, Aurora Bernárdez, los visitarían en la India. Bernárdez recordaría: “Me acuerdo que estábamos en casa de Octavio Paz, había tres o cuatro personas, no era una fiesta propiamente dicha, pero no sé, alguien se puso a bailar, probablemente Marie-José, la mujer de Octavio, que era muy joven, muy bonita y muy divertida. Entonces bailamos todos, pero bailamos un poco como los chicos, sin saber, moviéndose de cualquier manera”.

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