En 1683, en la actual intersección de Arcos de Belén y Niños Héroes, se estableció un refugio para mujeres solteras; luego se transformaría en un colegio para mujeres. Casi dos siglos después, por la aplicación de las leyes de Reforma se confiscó el inmueble para establecer en su lugar la Cárcel Nacional de Belén. El gobierno la calificaba de moderna, inexpugnable y con nuevos sistemas de adaptación para los internos. El 23 de enero de 1863 llegaron sus primeros habitantes: “Ayer han sido trasladados los presos de la exAcordada a la nueva cárcel de Belén, en la que se han evitado los defectos de que antes adolecían las prisiones”.
Para febrero de ese mismo año, la prensa daba cuenta del primer grupo de reos que logró fugarse. Ocho meses después hubo una balacera y los vecinos manifestaban su hartazgo a menos de un año de estrenar prisión: “No sé si por fin lograron fugarse, o si el fuego nutrido que les hizo la guardia y que estuvimos oyendo a la media noche los contuvo. Ya sabía yo que la cárcel de Belén estaba mala y que los presos querían fugarse. Según fue el fuego entiendo que habrá al menos diez muertos”.
No todos los intentos de evasión llegaron a buen puerto: “Algunos presos llevaban días de estar practicando un agujero en el rincón más oscuro, detrás del tonel que sirve de letrina. (…) Afortunadamente la vibración causada en la pared por los golpes del instrumento llamó la atención de un centinela y ocasionó el descubrimiento del conato de fuga”.
En un inicio su capacidad era para 300 personas; contaba con siete patios con fuente, había enfermería, cocina, atolería, barbería y 116 celdas. Sus muros albergaron a hombres, mujeres y niños por igual, aunque estos últimos tuvieron un departamento independiente que se le conocía como “de los pericos”. Otra sección era la “Providencia”, especial para policías corruptos. También había crujías de primera y segunda clase, higiénicas y amuebladas, para aquellos que podían pagarlas.
Belén tuvo pocos años de vida útil, para 1900, la sobrepoblación era uno de sus males principales con más de 2 mil prisioneros. Las celdas eran inmundas, carecían de ventilación y sanitarios, lo que trajo casos de cólera, tifoidea, enfermedades cutáneas y venéreas. Ese mismo año se hicieron reportes sobre su estado: “El informe que se rindió hace constar la conveniencia de que se disminuya el número de personas que duermen en las galeras. Manifiesta también que es indispensable mejorar las condiciones de los excusados, proveyendo de agua en abundancia”. Los suicidios eran el pan de cada día y la desnutrición era otra causa de mortandad; la comida era servida en los sombreros de los internos cuando los recipientes no alcanzaban. El aspecto de los reclusos era fantasmal, andaban en harapos, semidesnudos, pues la administración no se hacía cargo de la vestimenta.
Entre sus moradores destacaron nombres como José de Jesús Negrete Medina, El Tigre de Santa Julia, y Jesús Arriaga, mejor conocido como Chucho el Roto. Durante la Decena Trágica, en el presidio hubo disturbios, numerosas fugas y se derribó parte de una tapia. Sin embargo, aunque siguió operando, ya competía con Lecumberri que, desde los albores del siglo, se había convertido en la penitenciaría con mayor prestigio. A pesar de las promesas, Belén nunca solventó el problema penitenciario que, a la fecha, sigue siendo sumamente deficiente. El edificio fue demolido en 1934. Hoy, como en su inicio, es un instituto educativo: el Centro Escolar Revolución.