El nombre del general Melitón Hurtado quedó sepultado en el atolladero que fue la Revolución Mexicana. Su carrera militar podría calificarse de intachable de no ser por sus incompresibles y poco estudiados últimos años de servicio. Acostumbrado a ser parte de los mejores eventos y ubicarse dentro de los personajes destacados, no sospechaba que su reputación cambiaría de la noche a la mañana.
José Melitón de Jesús Hurtado Flores nació el 31 de marzo de 1849 en la Perla tapatía. Su padre, Benigno, le heredó la vocación castrense y pronto engrosó las filas del ejército mexicano, ávido de reclutas. Muy joven contrajo nupcias con Luisa Rodríguez, con quien tuvo 11 vástagos. Por aquella época, los servicios de Melitón fueron requeridos en el centro de la República, por lo que, antes del cambio de siglo, la familia jalisciense se avecinó en la Ciudad de México.
Su constancia y disciplina le granjearon el rango de general brigadier. Era tan admirado que incluso Ricardo Flores Magón lo consideraba un “hombre franco y digno de toda estima, de todo respeto, (…) con su afable trato, con el prestigio de su siempre limpia vida pública y privada se había atraído la estimación de sus amigos, por cierto, bastante numerosos”.
El 14 de octubre de 1901, 12 días después de haber alumbrado a su último hijo, Luisa falleció. Un par de años le bastaron al viudo para librar su duelo, el 23 de febrero de 1903, a sus 54 años, Melitón desposó a Concepción García, de apenas 17. Entre los padrinos del nuevo enlace destacaron dos buenos amigos: Victoriano Huerta y Lauro Villar.
Ya en el escenario político de 1910 a Melitón Hurtado se le conocía por su rechazo al maderismo, mismo que lo llevaría, el 8 de octubre, a imputar a Gustavo A. Madero y a algunos de sus compañeros, de preparar un golpe de Estado contra Porfirio Díaz. En atención a la investidura del denunciante, se tomaron cartas en el asunto, que resultaron en la detención del hermano menor de Francisco —la primera de tres que sufriría en los siguientes años—, Jesús Higuera y Margarito Lozano. Los tres fueron recluidos en la prisión de Belén.
De acuerdo con la declaración de ingeniero Higuera, Hurtado les tendió una trampa y realizó una pantomima para reforzar su denuncia, dado que invitó a los supuestos conspiradores a su domicilio. Pretextó el deseo de conocer a Gustavo; y la presencia de Margarito fue incidental. Cuando todos departían en la sala, Hurtado se mostraba ansioso de traer a colación a Francisco I. Madero e insistía en enterarse de su opinión sobre el convulso ambiente electoral, para ello daba grandes voces, como para que alguien lo oyera. En una habitación contigua se encontraba el jefe de la policía secreta, quien escuchaba las apreciaciones políticas de los convidados en aquella entrevista caprichosa.
Estas revelaciones, aunadas a que el increpador se desdijo, ayudaron a la liberación de los presos, que sólo permanecieron cuatro días tras las rejas. La treta de Melitón no sería olvidada con la misma ligereza con la que él se retractó. Pronto los agraviados anunciaron que lo demandarían por calumnias. Higuera profundizó: “Fue una celada en toda forma, una trampa burda en que caímos (…) y debo decir (…) que el general Hurtado parece un loco”. En la prensa también aparecieron notas que ponían en duda su salud: “Hay muchas personas que creen en un trastorno cerebral del general Hurtado”. No había pasado un mes de este vodevil, cuando, el 7 de noviembre, se anunció que el brigadier se jubilaría. Sólo 13 días después de ese aviso, en los términos del Plan de San Luis, los Madero se levantaron en armas y las acusaciones de locura contra Melitón se diluyeron.