Con un ambiente expectante, el 17 de abril de 1923 inició el juicio del expolícia huertista Gilberto Márquez. La prensa describe la verbena que se originó en el Palacio de Justicia de Belém. El primer día, sin Telésforo Ocampo en la defensa, la parte acusadora le pidió al reo que narrara los hechos de la noche del 7 de octubre de 1913. El acusado forjó recuerdos que nacían de una noche lluviosa. De acuerdo con su relato, su participación fue azarosa: de no haber tenido guardia aquel día, no habría sido inmiscuido en el asesinato de Belisario Domínguez. Márquez sabía que Gabriel Huerta esperaba que el Matarratas le llevara a un prisionero, pero al fallar en su cometido, salieron a buscar a su presa a la calle de Gante y ahí tuvo noticia de que el blanco era el senador, por lo que él, junto con su jefe y Alberto Quiroz —yerno de Victoriano—, subieron a su cuarto de hotel.
El relato llega hasta el panteón de Xoco, donde, debido al clima, el auto en que viajaba con Gabriel Huerta se retrasó; a la delantera iba el resto de los verdugos y la presa. Cuando los alcanzaron en el camposanto, escucharon los balazos. “Está hecho” murmuró su acompañante. Al llegar al cuerpo, el narrador comprobó el homicidio y la fosa improvisada.
El segundo día, el licenciado Ocampo sorprendió con su regreso a la defensa y libró una lucha intensa con el presidente de los debates, Adalberto Gómez Jáuregui, pues el célebre litigante señaló diversas violaciones a las garantías del acusado. Una de ellas fue la imputación de más crímenes. Según el dicho del abogado, éste sólo podía ser interrogado por el caso de Domínguez, sin embargo, el jurado le dio luz verde a Jáuregui para continuar con su exposición. De ahí se desprendió un largo interrogatorio sobre las muertes de Serapio Rendón, Enrique Cepeda y otros tantos civiles. Más tarde, Ocampo volvió a interrumpir, debido a la llamada de testigos sin que el interrogatorio al acusado hubiera terminado. A este reproche, el tribunal indicó que la regla podía tener salvedades, y dejó la vía libre al fiscal para proceder como considerara oportuno. Parecía que, por primera vez, la suerte le sería adversa al poblano.
El tercer día se desahogaron las declaraciones de los testigos. Muchos de los que se presentaron refirieron de oídas las declaraciones que habían hecho, en 1914, el Matarratas y el oficial Francisco Chávez y que coincidían en que Márquez había disparado a mansalva al funcionario. Entre los comparecientes destacaron algunos reporteros como Miguel Nocoechea, dueño de El Demócrata y, por parte de El Universal, José Gómez Ugarte. Otros fueron Ramón Prida, Joaquín Pita y Rafael Corona. Cuando todo se creía perdido, Telésforo tomó la palabra, hizo gala de las dotes de orador que lo hicieron famoso para imponer la idea de que el acusado, como militar —calidad que no se comprobó del todo—, estaba sujeto a la obediencia jerárquica: “Las órdenes se cumplen, no se discuten”, argumentó Márquez.
En la última sesión se dio lectura a la sorprendente sentencia: no se encontraron elementos para consignarlo por la muerte de Belisario, pero sí por otros homicidios, situación que libró mediante un amparo. Luego de conseguir su libertad, a Márquez se le reconoció antigüedad en el ejército. Brindó sus servicios, al menos, por un año más, incluso pudo cobrar sueldos caídos por sus atenciones a la patria. Gilberto María Márquez Ramírez falleció, a causa de una enteritis, el 10 de abril de 1931, a los 66 años, con la gracia de un personaje literario: se paró tres veces ante un tribunal, enfrentó a la justicia y fue indultado.