Además de los sicarios sin juicio de la época huertista, hubo algunos que fueron llevados al estrado, burlaron la ley e, incluso, obtuvieron compensaciones por las molestias causadas. Tal es el caso de Gilberto María Márquez Ramírez —integrante de la lista negra de Salvador Alvarado—, quien en más de una ocasión se enfrentó a la justicia de los hombres.
Márquez nació en Puebla el 7 de septiembre de 1865. Sus primeros años los dedicó al campo, entró a servir a la policía y permaneció cerca de la institución castrense. En 1896 sirvió como alférez en Oaxaca, pero se colocó dentro del tercer regimiento de la ciudad. Sobre su vida personal se sabe de dos hijos y dos esposas, la primera de ellas fue María Carolina Méndez, madre de sus herederos. Su segunda consorte, Josefina Melgar, llegó con la muerte de la anterior y lo acompañó hasta el final de sus días.
El poblano se sumó a la caravana de esbirros del régimen huertista. Junto a él figuraban, entre otros, Manuel Pazos Espinosa, Ángel González “El Aguacate”, Felipe Fortuño Miramón, Tirso Meléndez y José Hernández “El Matarratas”. En un principio, Márquez era un “enclenque” al servicio de Gabriel Huerta: “El hombre tuvo miedo, pero luego se reveló tan criminal como los demás”. En varias ocasiones evitó ser el ejecutor material: “Su labor consistía en dirigir las maniobras, recibía las órdenes, sacaba a los sentenciados, los veía matar y daba fe después”.
Entre los asesinatos en los que estuvo involucrado destacan los de Solón Argüello, Juan Izábal, Rafael Tapia, Aurelio Saldaña y uno que no dejaría de perseguirlo: el del senador chiapaneco Belisario Domínguez.
A la caída del usurpador, Márquez fue detenido, pero la inestabilidad política le permitió escapar. Más tarde fue recapturado y llevado a la cárcel; su estrella evitó que su condena fuera definitiva. Carranza, como primer jefe, decretó un indulto para los autores de “todos los delitos cometidos por militares antes y después de la expedición de esa ley, hasta concluir el periodo preconstitucional”. El prisionero logró entrar en ese rubro, ya que convenció a sus captores que era miembro del ejército federal. Entonces buscó sacudir el pasado, se internó en la sierra de Guerrero y se unió a las tropas del Caudillo del Sur. Tras algunos años de servicio, fue el mismo Zapata quien brindó al expolicía el grado de general brigadier.
La llegada de Obregón al poder reabrió el expediente de fechorías cometidas en otros tiempos, bajo la promesa de hacer justicia. El asesinato del comiteco fue uno de ellos, por lo que Márquez retornó a los calabozos de Belén en 1921. Habitó en ellos hasta que se concretó, después de dos años, su juicio popular. El acto se demoró por diversas razones, desde no cumplir con la cantidad de jurados necesarios hasta la renuencia de su abogado defensor, Telésforo Ocampo, quien en repetidas ocasiones pidió que se postergaran las audiencias, pues lo aquejaban dolencias en la garganta que le impedían desempeñarse adecuadamente y, al final, optó por renunciar a su cargo. Pese a ello, Ocampo hizo hincapié en que su separación no era por temor a perder el juicio, pues estaba convencido de que su viejo amigo, y cliente, tenía “una honradez acrisolada y un amor al trabajo, caracterizándose también por su lealtad y disciplina”.
Con nueva defensa, Márquez se encomendaba una vez más a su suerte, sin considerar lo que la sabiduría popular sabe de sobra: las terceras oportunidades son definitivas.