Otro destacado personaje de la lista del general Salvador Alvarado es un incipiente soldado que respondía al nombre de Fidel Melgarejo Pérez, cuyas acciones, casi desapercibidas, fueron perentorias durante el Cuartelazo. Nacido el 28 de abril de 1888 en Hueytamalco, distrito de Teziutlán, Puebla, fue el segundo hijo del jornalero Guadalupe Melgarejo y Secundina Pérez. La tuberculosis lo dejó huérfano a los 13 años. Es probable que esta condición lo haya llevado a la capital mexicana.
El 1 de julio de 1909 se matriculó en la Escuela Militar de Aspirantes en Tlalpan, de su solicitud se extrae la única fotografía que se conoce de él. En su descripción, como seña particular, se habla de una pequeña cicatriz en la frente. Para 1911 obtuvo el grado de teniente y se integró al 29° batallón de infantería, dirigido por Aureliano Blanquet.
El séptimo día de la Decena trágica, “los capitanes Juan F. Barrios y Luis G. Estrada, comenzaron a buscar adeptos entre los oficiales más bisoños, para cometer el delito de deslealtad al Supremo Gobierno, únicamente tres (…) se unieron a su idea, siendo estos el teniente Fidel Melgarejo, subtenientes Juan E. Cortés y Alberto Negrete”. Así llegó el poblano a la Ciudadela y se adhirió, con fervor, a la causa felicista. Su deserción dejó mancha en su expediente militar: “Este oficial ha desmerecido el buen concepto que se le tenía por guiarse de los malos consejos de sus compañeros y aunque tiene amor a la carrera, su conducta es discutible, debido a su falta de experiencia para normar sus actos en el cumplimiento de su deber. Podrá ser buen oficial si logra cambiar su conducta”.
Durante la madrugada del 19 de febrero de 1913, Fidel, a sus 25 años, tuvo ocasión para demostrar su lealtad cuando Gustavo A. Madero fue arrojado, como presa de perros, a la turba de soldados. Algunos testimonios pescan, de entre la multitud, algunos nombres que contribuyen a identificar a los participantes, como las narraciones de Manuel Márquez Sterling y Alfonso Taracena: “Noventa o cien se abalanzaron sobre el indefenso prisionero y a puntapiés, a bofetadas y a palos lo llevaron al patio, (...) chorreando sangre, con el rostro descompuesto por los golpes, con los cabellos en desorden y las ropas destrozadas (...), se aferró con ambas manos al marco de la puerta y ofreció dinero, suplicó a sus feroces victimarios que no lo mataran (…). Uno dio el ejemplo, un desertor del batallón 29 de apellido Melgarejo, con su bayoneta le sacó el único ojo que tenía. Ciego don Gustavo, lanzó un doloroso grito de terror y desesperación”. Fidel asió el ojo mutilado como trofeo.
Ese acto, aunado a que su antiguo jefe Blanquet se sumó a los golpistas, lo acreditó ante los nuevos mandamases y fue ascendido a coronel. Los siguientes meses hizo campaña militar en la península de Yucatán, hasta que la defenestración del sobrino de Porfirio y el triunfo de los constitucionalistas lo obligaron a integrarse a las tropas rebeldes del Ejército de Oriente.
El 26 de noviembre de 1916, el nombre del poblano apareció en un manifiesto donde dicha fuerza subversiva desconocía a Carranza y ensalzaba a Díaz. Tres años lidió por su causa, hasta septiembre de 1919, cuando, providencialmente, fue cazado por el ejército federal en su propia tierra, Teziutlán: “las fuerzas del 58 Regimiento de Caballería se enfrentaron contra una partida de revolucionarios, fueron muertos los jefes Fidel Melgarejo y Benjamín Valdés”, así en menos de un párrafo, un suelto de la prensa despachaba a Fidel Melgarejo Pérez, sin que nadie advirtiera en él al verdugo de la Ciudadela.