En 1914, el comandante militar de la Ciudad de México, Salvador Alvarado, enlistó a 364 personas “implicadas en el Cuartelazo” y ratificó que debían juzgarse conforme a la ley del 25 de enero de 1862, mismo ordenamiento que fundamentó la muerte a Maximiliano, Miramón y Mejía.

En esta relación destaca el ingeniero José Cecilio Luis Ocón Rudall, nacido en 1878, hijo de una familia mazatleca dedicada a la prestación de servicios portuarios. En 1905, Ocón contrajo nupcias con María Loubet Machado. Debido a su amistad con líderes porfiristas, el ingeniero obtuvo un lucrativo negocio para operar en exclusiva las grúas del puerto y realizar las obras de remodelación. El nuevo régimen golpeó su patrimonio: “Siendo el objeto de la revolución (…) se declara nulo el contrato (…) referente a las grúas y obras del puerto y queda libre al público dicho servicio”.

Con este rompimiento, Ocón se declaró enemigo de los Madero y, en octubre de 1912, en La Habana, junto con los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz, planeó un golpe de Estado. Para garantizar su éxito los conspiradores sumaron a civiles y militares, entre los que sobresalen Félix Díaz y Bernardo Reyes.

Ocón corrió con gran parte de los gastos; para atacar al maderismo, adquirió el diario La Tribuna y, siendo dueño del Hotel Majestic, contribuyó con una sede mimética para la organización. Desde los primeros días de 1913, el propietario anunció la remodelación del hotel, por lo que no era particular ver carretas descargando materiales, camuflaje perfecto para armas y parqué.

Tras la decena trágica, la responsabilidad del asesinato de Gustavo A. Madero se diluía. De su linchamiento no se hablaba, pese a que los testimonios concuerdan en que fue Ocón quien azuzó la ejecución. Luego de estos sucesos, el empresario esperaba la restitución de su empresa y exigió una indemnización. No contó con que Huerta, más taimado que los felicistas, a tres meses de la firma del Pacto de la Ciudadela, le impediría cosechar lo sembrado.

En este entorno, el 24 de mayo, varios diputados se opusieron al pago de 30 mil pesos que pedía el mazatleco. Salvador Jiménez Loza apuntó que la cantidad excedía la merma. Y aunque fue un argumento preciso, la voz definitoria la tuvo Querido Moheno, quien recordó los orígenes del tratado y su torpe ejecución: “(Ocón) reclama como transacción de un contrato odioso, (…) porque el señor no cumplía con sus compromisos (…) El pueblo de Mazatlán protestó virilmente, y el Gobierno (…) tuvo que suspender este contrato verdaderamente odioso. El señor Ocón tuvo a los tribunales para elevar ante ellos sus quejas y para exigir que se pagaran todos los daños y perjuicios; pero esperó un cambio de situación para que, no elevando la queja formal ante los tribunales, sino haciendo antesala en los Ministerios, se le liquidara esa partida”. Además volvió sobre su crueldad con Gustavo: “Todos los vencidos son dignos de misericordia; (…) aquel pobre hombre, indefenso y abandonado, fue clareado a tiros por los individuos que lo mataron. ¿Se tratará de recompensar con estos $30,000 este acto de heroicidad?”. Así, los indecisos viraron su postura y le negaron el reembolso. El afectado, desde Veracruz, bravuconamente desafió a Moheno, aunque no llegaron a las armas.

Sin frutos, los seguidores del sobrino de Porfirio Díaz, con Ocón a la cabeza, huyeron al Caribe en noviembre de 1913, y esperaban derribar, en esta ocasión, a Huerta. Mientras tanto, el nombre de Cecilio se volvió sinónimo de traición y candidez: “Que luzca sus energías/ defendiendo a Félix Díaz/ el bravo Ocón, / hay razón. / Pero que fiero y airado/ diga que es un gran soldado/ que salvará a la nación,/ ¡qué guasón!”.

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