Cuando se habla de la migración, muchas veces usamos el lenguaje de crisis y de problemas. Pero ¿es posible que la migración pueda ser parte de la solución de la crisis económica tan profunda que afecta a México y otros países en la región? Quizás necesitamos un esquema mental distinto para ver las posibilidades.
Vamos a empezar con lo más obvio: las remesas de los mexicanos que viven en el extranjero han sido unas de las pocas buenas noticias de los últimos seis meses. Según un análisis del connotado experto en remesas Manuel Orozco, más mexicanos enviaron remesas en los primeros seis meses que normalmente lo hacen y además mandaron más dinero. Y eso a pesar de que muchos migrantes mexicanos se encontraron sin empleo de forma temporal o permanente. Es decir, hicieron un esfuerzo gigantesco para ayudar a sus familiares en México, a pesar de sus propias dificultades.
Las remesas contribuyen con el 3% a la economía mexicana, y una cifra mucho mayor en algunos estados. Normalmente vemos las remesas como una fuente de ingresos meramente familiar, algo que ayuda al gasto del hogar, y quizás a mejorar el acceso a la educación, salud y vivienda digna. Pero las remesas también pueden ser inversión para generar productividad en comunidades donde viven las familias que las recibe, pero eso depende de las políticas públicas.
Por ejemplo, los gobiernos estatales y federal podrían pensar en cómo prestar dinero a microempresas que reciben inversión del extranjero a través de las remesas, a cambio de que estas microempresas se registren ante Hacienda. Así se convierten las remesas individuales en inversiones que generan empleo y productividad, y el efecto de las remesas se extiende mucho más allá de la economía familiar. El gobierno de Zacatecas ya tiene un programa que hace esto.
También se puede pensar cómo dar cuentas bancarias y acceso a crédito a los migrantes que regresan a México o llegan del extranjero. Muchos migrantes mexicanos que retornan a México tienen historias de crédito en Estados Unidos, y tienen ahorros importantes, pero se encuentran fuera del sistema financiero mexicano. Así también los migrantes que llegan de otras partes (Venezuela o Haití, por ejemplo), pero llegan a México sin historia crediticia.
¿Cómo adherir a estos migrantes al sistema financiero para que puedan tener una cuenta bancaria, sacar una tarjeta de crédito, pedir un préstamo para una microempresa? Quizás sea una tarea más fácil para alguna pequeña empresa financiera innovadora, estilo startup, más que para bancos tradicionales, pero ahí hay una clientela con poder de adquisición, pero poco acceso a instituciones financieras todavía.
No pensar estratégicamente en estas posibilidades es un desperdicio, que tiene efectos no sólo para estos individuos, sino para la sociedad en su conjunto. También así las dificultades de reconocer títulos profesionales a los muchos migrantes —mexicanos retornados y extranjeros recién llegados— que batallan para revalidar sus estudios en México. ¿Cuántos médicos cubanos, ingenieros venezolanos y jóvenes mexicanos con estudios en el extranjero están trabajando en el mercado informal por falta de reconocimiento de sus estudios? Es otra fuente de productividad perdido que no es tan complicado de arreglar con un poco de política pública sensata.
No sugiero que la política migratoria en sí va a resolver la grave crisis económica que atraviesa México en este momento. Pero en este momento se necesita echar mano de todas las posibilidades para reactivar las economías de la región, incluyendo México, y hay posibilidades económicas apenas exploradas en las comunidades migrantes —los mexicanos que mandan remesas y los mexicanos y extranjeros que llegan al país — que pueden y deben ser parte de la solución.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias (MPI).
@SeleeAndrew