Desde hace uno un año se paralizó el movimiento entre países a nivel global. Los gobiernos impusieron nuevas medidas de control alrededor del mundo, muchos vuelos se suspendieron y se impusieron requisitos de cuarentena para los viajeros. Para las comunidades fronterizas, que viven de una ida y venida constante entre ciudades hermanas, estas medidas tuvieron un impacto especial en las relaciones familiares y los esquemas de trabajo.

México ha sido uno de los países que menos restricciones ha impuesto a los viajeros, pero otros países, incluyendo EU y Guatemala, sí han puesto restricciones en las fronteras compartidas, y los mexicanos han encontrado los mismos obstáculos para salir hacia otras partes del mundo que todos.

En un reporte del Instituto de Políticas Migratorias (MPI) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), lanzado el día de ayer, se hizo un análisis detallado de las medidas implementadas por distintos gobiernos para cerrar paso al movimiento entre países como resultado de la pandemia de Covid-19, y sus impactos.

Han habido tres impactos notables de estas medidas. Una es la brecha creciente entre los que tienen movilidad, a pesar de las restricciones, y los que no la tienen. Un ejemplo claro y relevante está en la frontera México-EUA, donde los ciudadanos y residentes en Estados Unidos tienen casi completa libertad para cruzar hacia México y regresar, pero los ciudadanos mexicanos necesitan justificar sus razones para cruzar al otro lado. El efecto ha sido sumamente desigual para diferentes grupos.

Un segundo impacto ha sido la vulnerabilidad de ciertos grupos que dependen de la migración. Esto incluye a los que buscan refugio por causa de persecución política o del crimen organizado y encuentran que su paso a salir de su país está efectivamente cerrado, como algunos centroamericanos el año pasado. También fue el caso de algunos trabajadores temporales viviendo en otros países, como nicaragüenses en Costa Rica, o Filipinos en Arabia Saudita, que se quedaron varados en tierras extranjeras sin posibilidades de regresar a sus familias.

El tercer impacto ha sido el empoderamiento de los intermediarios de la migración, los coyotes o polleros, quienes han subido sus precios a raíz de la crisis de inmovilidad. Sus servicios son mas caros y mas necesarios para los que desean moverse en medio de las restricciones fronterizas en todo el mundo.

Ahora estamos ante una coyuntura en que están llegando las vacunas, y quizás es posible empezar a pensar en un regreso a la movilidad para algunas personas en partes del mundo, quizás para el verano o para otoño, pero también hay unos desafíos importantes para restaurara la movilidad que una vez existía.

Por ejemplo, muchos países están pensando restablecer conexiones sólo con algunos otros países —por ejemplo Australia con Nueva Zelanda o los países de la Unión Europea entre ellos— más no con todo el mundo. En muchos lugares se están desarrollando esquemas de pasaportes de vacunación, que tendrían que presentar los viajeros antes de cruzar o subir a un avión, pero los criterios y formatos para esto son distintos en cada lugar.

De hecho, lo más difícil al futuro podría ser las diferentes formas de abordar el regreso a la movilidad en distintos países, de tal forma que podrá haber mucha confusión y hasta contradicciones entre los esquemas de abordar esto. Habrá que encontrar espacios para que los países hablen de sus estrategias y encuentren fórmulas para coordinarse, porque si no, es muy posible que la transición de la inmovilidad a la movilidad podría estar llena de topes y encontronazos que generen incertidumbre y desconexión.

Presidente del Instituto de Políticas Migratorias.
Twitter: @seleeandrew

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